Salíamos de misa con mi hija Lourdes, luego de meditar sobre la parábola del sembrador y pensamos: si a Dios le hacen una auditoría algunos de los egresados de las maestrías de administración de empresas, estamos seguros que lo aplazan.
¿Cómo que siembra por cualquier lado? Hay que hacerle como mínimo un test de alcoholemia al sembrador, darle un GPS con los terrenos más fértiles, dotarlo de una escopeta contra pájaros, en fin: un desperdicio de semillas.
¿Cómo que semillas que producen 30, 60 o 100? No señor, a partir de ahora sólo las que producen 100, el resto deben desaparecer. Así que a seleccionar semillas, nada de andar sembrando cualquier cosa, hay semillas deseables que merecen germinar y otras indeseables que no.
Claro, pensaba para mis adentros, esa es la lógica del productor, no del creador. La lógica del mercado no del amor.
A la generosidad de Dios la vemos como un desperdicio, un exceso ineficiente. Por eso no entendemos las maravillas de Dios.
Si necesitamos sólo treinta mil genes para hacer un humano, y esos son más o menos seiscientos millones de bases ¿Porqué nuestro ADN contiene seis mil millones de bases? Quizás porque las protegen, quizás porque las regulan, quien sabe…
Si el mundo podría funcionar sin belleza, ¿por qué se tomó la molestia de dotar las flores y los frutos con tanta variedad de formas y colores? Quizá para hacerlos apetecibles, quizá simplemente por diversión.
¿Para qué has hecho caracolas de formas y colores tan diversos si te hubiera bastado con cubrir al caracol de un modo más simple?
¿Porqué hay tanta variedad de verdes en el campo si con uno sólo bastaría?
¿Por qué tanto trinar diferente entre los pájaros si con un grito de alerta y otro de copulación nos daríamos por satisfechos?
¿Para qué has hecho tantos climas si con un suave otoño o una plácida primavera bastaría?
¿Qué sentido tiene el desierto si carece de la exuberancia de la selva?
¿Por qué nos regalas la maravilla del universo con sus astros y sus estrellas que iluminan nuestra noche, si nada de eso puede volcarse a un asiento contable?
La belleza del mundo creado, la belleza de la biología, la variedad de la vida y su armonía, grita a viva voz la existencia de un Dios que regala sus dones sin miramientos.
¿Y si la lógica es otra?
¿Y si la semilla cambia la tierra?
¿Y si la semilla que alimenta los pájaros logra transformar el desierto en un terreno más fértil, porque cada picotazo que la levanta al borde del camino es como un pequeño surco dónde puede crecer otro fruto?
¿Y si la semilla que crece rápidamente en un surco casi sin tierra, transforma esa aridez porque, aunque sea pequeña, su raíz ha penetrado unos milímetros y allí puede crecer, aunque más no sea un espino?
¿Y si la semilla que crece entre espinos, al menos alguna de ella sobrevive al ahogamiento y logra producir frutos?
¿Y si las semillas que producen cien sólo pueden hacerlo porque son hijas o nietas de las que produjeron treinta o sesenta?
¿Y si todas fueran deseables porque las de treinta maduran más tarde y las de cien más temprano y de esa manera tienes trigo más tiempo?
La lógica de la eficiencia cree que hay un solo problema y una única solución, la lógica de la generosidad amorosa en cambio genera una realidad compleja y heterogénea que resuelve muchos problemas y combina soluciones para problemas presentes o venideros.
La idea de seleccionar los terrenos más propicios y usar sólo las semillas más fértiles, elige que se desarrolle una sola alternativa. Termina con una mejor producción de un solo producto, en un lugar localizado y agota la tierra. Al final todo será desierto.
El sembrador ineficiente explota todas las posibilidades, desarrolla infinidad de semillas y transforma el mundo.
Es la diferencia entre creación y explotación.
Si sólo enseñamos los conocimientos “útiles” dejamos de enseñar.
Si sólo investigamos lo que hoy tiene aplicaciones “prácticas” dejamos de investigar.
Si sólo consideramos “arte” a lo que conocemos y no exploramos territorios desconocidos, dejamos de crear.
Si sólo reflexionamos sobre los temas “importantes” dejamos de pensar.
Si sólo creemos que vale lo que tiene “precio” dejamos de apreciar.
En la parábola del sembrador todo es importante: los terrenos, las semillas y la actitud del sembrador.
Nos han dado infinidad de dones, que hemos recibido gratuitamente. Nos han dado un número finito de días y terrenos en los cuales esparcirlos. Guardarlos es perderlos; aplicarlos cuidadosamente sólo en los lugares aptos es adaptarnos al mundo como es; sembrarlos generosa y descuidadamente es cambiar el mundo futuro.
Nos ha sido dado cosechar lo que otros sembraron, no dejemos de sembrar para que otros cosechen, sólo así colaboraremos en la obra creadora del Padre, que no ha dudado en regalarnos su obra excelsa a todos sin distinción.
Nosotros, cada uno de nosotros, es a la vez sembrador, semilla y terreno.
No lo olvidemos.
Un abrazo a la majada
Ernesto
Foto de Kritsada Seekham