De todos los misterios de nuestra Fe, es decir, de nuestra vida, dos son los centrales: la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios y su muerte y resurrección.
El misterio de la encarnación y el nacimiento de Jesús tiene múltiples aristas desde el que puede ser mirado, hoy yo te invito a que reflexionemos sobre cuatro de ellas: revelación, proximidad, comunidad y consolación.
La REVELACIÓN de la encarnación de Dios se incorpora dentro de la información que dio origen a toda la creación.
Me explico, la realidad es informada y revelada.
Toda la realidad es informada, es consecuencia de la palabra que crea y da forma a todas las cosas.
Esto es lo que sabíamos y lo que cada vez es más evidente.
El Universo es razonable, predecible, cognoscible y es regido obedeciendo a las leyes con que fue creado.
Hoy sabemos cómo fue la secuencia de la generación atómica desde los treinta y tres milésimos luego del “Big bang”.
Hemos descubierto las leyes que rigen el movimiento de los astros. Sabemos que durante diez mil millones de años, en la existencia de nuestro universo lumínico, sólo rigieron esas leyes de la materia inerte: las leyes de la termodinámica, especialmente la del segundo principio: la entropía.
Sabemos que ese universo tiende a homogeneizarse, enfriarse y simplificarse.
Por eso resuena en mis oídos cada vez con más fuerza el capítulo 13 del libro de la Sabiduría.
Este texto probablemente sea el último texto escrito del antiguo testamento, probablemente fue escrito en Alejandría y refleja la síntesis y perplejidad de un refinado conocimiento de las ciencias y una profunda vivencia de la Fe.
Leamos los primeros nueve versículos de ese capítulo y veamos su actualidad, dice así:
1. «Sí, vanos por naturaleza todos los hombres en quienes había ignorancia de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice;
2. sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, señores del mundo.
3. Que si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó.
4. Y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo;
5. pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor.
6. Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez caminan desorientados buscando a Dios y queriéndole hallar.
7. Como viven entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas, y se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a los ojos!
8. Pero, por otra parte, tampoco son éstos excusables;
9. pues si llegaron a adquirir tanta ciencia que les capacitó para indagar el mundo, ¿cómo no llegaron primero a descubrir a su Señor?”
Pensemos por un instante que el autor de este libro hace más de dos mil años ya habla de la ceguera de quienes quedan prendados de la belleza y perfección del mundo, pero son incapaces de dar el paso lógico de admirar al creador de tal belleza y perfección, sino que lo atribuyen a un accidente azaroso.
Pero eso que podríamos llamar “Creación 1.0” y que durante diez mil millones de años fue la única manifestación de la palabra creadora. Hace cuatro mil millones de años se agrega otra información, otro código, otra palabra: la “Creación 2.0” y aparece la vida.
La vida es una forma maravillosa y anti entrópica de organizar la materia. Una orden va en contra de la orden precedente. La vida enfrenta la entropía y gasta energía para mantenerse caliente, heterogénea y lo que es más importante está convocada a desarrollar la complejidad.
Ahora la materia viva se desarrolla desde lo más simple a lo más complejo. Si los que estudian la materia están maravillados, los que estudian la biología, la materia viva no sólo están maravillados, sino que la armonía y fragilidad de los procesos, junto con la belleza y complejidad de las formas, los llena de asombro: en el fondo del mar, en las alturas inhóspitas, en el fuego volcánico, en la sequedad de los desiertos y en la vastedad de las llanuras, en nuestra amada casa aparece la vida.
Amenazada, acuciada, agonizante… permanece, tenazmente, testarudamente, sigue reproduciéndose y legando el mensaje que le permite sobrevivir en casi cualquier ambiente a casi cualquier desventura.
Si los físicos deberían ser creyentes, los biólogos deberían serlo todavía más.
Pero no contento con eso hace tres millones de años aparece la “Creación 3.0”. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, Dios crea un ser relacionar.
Consciencia, inteligencia y voluntad. La materia viva no sólo siente y es impulsada por instintos, sino que empieza a conocer y conocerse, descubrir, pensar, recordar, enseñar y elegir.
Las cosas no sólo existen, sino que son nombradas. Dios tiene una creatura a quien hablarle, con quien ser amigo.
Lo dota de palabra y la palabra se hace pacto y oración. Y entonces hace dos mil años transforma esa creación en un movimiento doble: Dios se hace historia y el hombre se hace hijo.
Ese es el misterio que revela la encarnación del Hijo de Dios. Ese es el misterio de la Navidad.
Todo el camino de la creación es el prólogo de la encarnación. Dios ha hecho suya nuestra carne, nuestra historia y nuestras limitaciones.
Ese es el grado de PROXIMIDAD de Dios. En todo es igual, menos en el pecado. Participa de cada una de nuestras alegrías y dolores. Todo es igual.
Gestado, Parido, Perseguido, Admirado, Amado, Seguido, Escuchado, Denostado, Traicionado, Abandonado y Asesinado.
Todo está ahí en ese pequeño, en el establo, junto a su Padre y a su Madre. Ese es el nacimiento de una nueva humanidad.
Redimida. Salvada. Convocada a la santidad. Dios deja de ser un desconocido para tener rostro, edad, historia, palabra humana. Por eso nuestra Fe no es en algo, sino en alguien que nació en Belén, vivió el exilio en Egipto, se desarrolló en Nazaret, predicó en Galilea, murió en el Gólgota y resucitó en Jerusalén.
Cristo es para nosotros el nuevo Adan, el nuevo hombre, el Hijo de Dios.
Eso también nos revela que Dios es COMUNIDAD y trata de instaurar esa comunidad en la vida de los hombres.
Una comunidad que tiene una sola regla: Amar. Todo lo demás sobra o no alcanza.
Amar del modo en que somos amados.
Amar del modo en que ama Cristo. Eso nos hace unos en el Espíritu, hijos en el Hijo y hermanos frente al Padre.
La manifestación más clara de ese amor: el CONSUELO.
Podemos ahondar en el significado de consolar en dos dimensiones: la primera es emocional: aliviar, quitar las penas y el sufrimiento; la segunda es la de solar, en el sentido Peruano, vivienda, familia, casa.
Ambos significados me parecen unirse en el Pesebre de Belén, una casa de consuelo y paz.
“Vengan a mí los que están afligidos”
“Bienaventurados los que sufren, porque serán consolados”
“Allanen los caminos del Señor, consuelen a mi Pueblo” grita Isaías.
Este último punto de la reflexión apunta a un aspecto crucial de nuestra moral: a qué prestamos atención.
Sólo podemos consolar si estamos atentos a las dolencias y carencias de nuestros hermanos y al mismo tiempo nos ponemos en marcha para ayudarlos.
Esto liga el pesebre del Niño con la pregunta del juicio “¿Cuándo Señor te vimos?” Cada vez que lo hiciste con el más pequeño de mis hermanos.
Esa es la clave estas Navidades: REVELACIÓN, PROXIMIDAD, COMUNIDAD Y CONSUELO.
Si queremos vivir plenamente la Navidad, debemos descubrir al Señor en el pesebre del mundo, en el más necesitado de nuestros próximos, al lado de nuestras casas.
Un abrazo a la majada
Ernesto