“Desear, buscar y cuidar el bien de los demás”

 

Yo creo que esa frase sintetiza de un modo magistral lo que significa convivir cristianamente.

Con esa frase termina el punto 178 de la Evangelii gaudium, una de las exhortaciones más bellas que he leído. Toda la exhortación es una maravilla sobre lo que significa anunciar el reino de Dios en el mundo actual. Fue dada en la fiesta de Cristo Rey del 2013 y cada día que pasa tiene más vigencia. Desde mi perspectiva es el programa de nuestro Pastor para su pontificado y los seis años posteriores muestran el desarrollo de ese programa.

Por eso al reflexionar sobre ser próximos en las diferencias y vaya si tenemos diferencias en una sociedad pluralista y heterogénea, me volví a zambullir en la exhortación.

Para mí el núcleo de la exhortación está en el número 178. Allí está la profesión de Fe de nuestro Pastor y el destilado de su mensaje: desear, buscar y cuidar el bien de los demás.

Te invito a que deshilvanemos juntos el mensaje.

 

Desear:

hace referencia a nuestra intimidad, a nuestra motivación, al examen de nuestra conciencia.

¿Deseas el bien de los demás?

¿Cada vez que expresamos nuestras ideas, fundamentamos nuestra Fe o damos razón de nuestra esperanza, lo hacemos remarcando nuestro deseo de procurar el bien, la vida, la salud y la libertad de los demás?

Si este deseo es genuino es fácil fundamentar nuestras posiciones.

La fidelidad al amor del Padre, revelado por el Hijo y actualizado por el Espíritu Santo es el amor al próximo, cuya primera sino primerísima expresión es mi deseo del bien del otro, aún a expensa de mi propio bien.

 

La otra mejilla;

la oración por el enemigo;

el acompañamiento voluntario por el doble del camino;

la entrega del manto además de la túnica;

compartir el pan con el hambriento;

socorrer a la viuda y al huérfano;

visitar al enfermo y al encarcelado;

vestir al desnudo

y entregar tu vida por tu hermano

son la consecuencia de ese deseo por el bien de los demás.

 

Esos actos nacen como consecuencia del amor con que Dios nos ama y de esa manera son actos de justicia más que actos de caridad. Él pone la otra mejilla, nos acompaña en el camino, nos cubre con su manto, alivia nuestra aflicción, cura nuestras heridas, nos ama y muere por nosotros.

Es justo que desees el bien de tu hermano porque te fue revelado que tu Padre que está en el cielo te ama como a un hijo y es un padre misteriosamente amoroso y misericordioso: sin que tú lo comprendas ni puedas explicarlo. Él hace nacer el sol sobre buenos y malos y deja caer la lluvia sobre el trigo y la cizaña.

Has sido llamado a manifestar el Amor de Dios entre los hombres y por eso debes ser una Bienaventuranza para tus hermanos, crean o no, sepan o no cómo es el Padre, comprendan o no su amor.

Este deseo del bien del otro nos aproxima a todos independientemente de cualquier condición. Siempre hay un bien que actualizar, perseguir, conseguir, facilitar.

Por eso nuestro deseo debe estar siempre orientado a ese bien: al cuidado de la vida, a la construcción de puentes, a ir al encuentro, a sanar las heridas, a proclamar la verdad, a perseguir la justicia, a propiciar la paz y la concordia. Esas son las verdades que debemos defender encarnizadamente. Para eso primero tenemos de desearlas apasionadamente.

 

Buscar:

hace referencia a encontrar la oportunidad. A esforzarse por observar, comprender y esperar el momento propicio.

Las oportunidades de hacer el bien están presentes en todo momento y lugar, pero buscar el bien del otro supone escuchar primero cuáles son las necesidades más importantes para mi prójimo y es perfectamente posible que no sean las que creemos.

La búsqueda y la escucha, ponen al diálogo como el camino de construcción de la proximidad.

Salir de nuestras propias creencias para ir al encuentro de la voz del otro; salir de nuestra propia visión para poder mirar a través de los ojos del otro; salir de las soluciones inmediatas para ir a las soluciones de fondo.

¿Cuántas veces has buscado junto al otro la solución de sus problemas?

Cuándo te pide que lo acompañes un kilómetro y decides acompañarlo dos, no sólo aliviaste su soledad, compartiste su fatiga; cuando compartiste el pan no sólo aliviaste su falta de alimento, compartiste su hambre; cuando diste el manto no sólo le brindaste calor, compartiste su frío.

Buscar el bien de los demás es involucrarte en la solución del problema y de esa manera descubrir al otro como un bien en sí mismo.

Los padres que se involucran descubren a sus hijos; los maestros que se involucran descubren a sus alumnos; los médicos que se involucran descubren a sus pacientes; los políticos que se involucran descubren a sus votantes; los sacerdotes que se involucran descubren a sus feligreses.

Ese gesto de buscar te permite comprender que el otro es multidimensional: deja de ser un hambriento para ser una persona con hambre; deja de ser un enfermo para ser una persona enferma; deja de ser un problema para ser una persona que tiene un problema. Problema que no lo define ni lo limita, sino que lo hermana.

No hay una sola solución porque no hay un solo problema. Hay tantos problemas como personas que los padecen. Ningún problema es abstracto sino que está encarnado en una realidad personal y social, única, compleja y diversa.

 

Cuidar el bien del otro:

hace referencia al descubrimiento de la persona del otro. Aún en la mayor de las carencias la persona humana es un bien inconmensurable, infinitamente más valiosa que cualquier objeto e intrínsecamente digna del máximo respeto.

Por eso el primer bien a cuidar es la vida del otro, la salud del otro, la libertad del otro.

Lo que me parece sumamente interesante al releer el punto 178 de la Evangelii gaudium es que para nuestro Pastor ese deseo, esa búsqueda y ese cuidado son la consecuencia de nuestra Fe, y él empieza ese párrafo haciendo su confesión de Fe en cuatro artículos:

 

1.     Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir que «con ello le confiere una dignidad infinita».

2.     Confesar que el Hijo de Dios asumió nuestra carne humana significa que cada persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios.

3.     Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social porque «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres»

4.     Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales: «El Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de una mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables» “

Esa es nuestra Fe. Esa es nuestra profesión de Fe. El deseo del bien del otro, la búsqueda del bien del otro y el cuidado del bien del otro son la expresión concreta de que la Fe que tenemos es genuina.

Si tuviéramos estos tres puntos presentes en cada una de las decisiones que tomamos no evitaríamos los conflictos, pero nuestra vida sería menos conflictiva, más próxima, más íntima y más santa.

        

Un abrazo a la majada.

Ernesto Gil Deza

 

Foto de portada de Samantha Garrote en Pexels