Esta reflexión quiere ser un homenaje y un agradecimiento a mi madre, quien pronto cumplirá sus jóvenes 85 años y a quien debo no sólo transmitirme el don de la vida sino, sobre todo, el don de la Fe, sin la cual el primero no tiene sentido.

          La frase del título proviene de una anécdota de una de sus amigas. Como abuela estaba con su nieto rezando el rosario mientras esperaba el comienzo de la misa de once en la catedral de Tucumán, cuando el nietito observando las cadencias de las oraciones y percibiendo que todas terminaban en amén le preguntó: “¿Amén es lo mismo que “Enter”? Haciendo alusión a la tecla con la que da fin al mensaje que se envía en un correo electrónico.

          Esta anécdota vino a mi memoria cuando leí hace un par de días leí la Carta Apostólica “Aperuit illis” en la que nuestro Pastor instituyó el Tercer domingo del tiempo ordinario como el domingo del “La Palabra de Dios” y me pareció oportuno reflexionar sobre la comunicación en nuestra realidad cotidiana: cada vez más conectados, cada vez menos comunicados, cada vez menos intimidad y más virtualidad. En esa realidad nuestro Pastor nos invita a vivir la Palabra de Dios: nos invita a más “Amén” y menos “Enter”, paso a explicarme.

          La Palabra es lo comunicable de Dios y además es lo que humaniza al hombre.

          Dios se hace primero palabra y luego se encarna; el hombre primero se encarna y luego se hace palabra.

          Pero en ese límite, en la Palabra revelada, Dios le muestra al hombre para que tiene vista, le enseña al hombre para que tiene inteligencia, le cura de sus dolencias, le fortalece de sus debilidades, le comunica su gracia y le plenifica con su amor.

          Es en la encarnación de Dios, donde Él muestra su omnipotencia. Fue al anonadarse y hacerse en todo semejante a nosotros menos en el pecado, dónde Dios muestra que es Dios. Es cierto que sin la Resurrección es vana nuestra Fe, pero sólo porque la resurrección evidencia la veracidad de la encarnación, pues como dice Góngora: “Hay más distancia de Dios a hombre que de hombre a muerto”.

          La Palabra encarnada se hace Camino, Verdad y Vida, es decir Evangelio, Buena noticia, y el creyente se hace Bienaventuranza para sus hermanos.

 

          Esa es la vida que brota de la Palabra:

                    la oración se hace caridad;

                              la profecía se hace testimonio;

                                        la Fe se hace vida

                                                  y la Esperanza se hace vocación.

 

          Por eso todo hombre está llamado a orar cuidando al más pequeño, a descubrir en los signos de los tiempos la presencia de Dios, a creer que el misterio ronda en cada gesto de nuestra vida y a implantar el Reino de los cielos en nuestro mínimo metro cuadrado.

          Por eso la oración más pequeña es, al igual que el grano de mostaza, la más fructífera, y la más pequeña de las oraciones es “Amén”.

          Ahí lo decimos todo: “Que así sea”, que Tu Palabra se haga

          Reino,

          Pan,

          Perdón,

          Luz,

          Fuerza,

          Alivio,

          Consuelo,

          Vida,

          Justicia,

          Sabiduría,

          Esperanza

          La Paz.

 

          “Enter” es un gesto mecánico que ejecuta una orden de un programa preestablecido.

          “Amén”, en cambio, es una oración en sí misma, que pone a la persona en comunicación con su Padre, que pone nuestras limitaciones al servicio de su Reino, que abre nuestra ignorancia a la Sabiduría, que ilumina nuestras zonas más oscuras y da Vida a nuestro ser.

          Amén decimos en comunidad porque con Él, por Él y en Él recibimos el Espíritu que nos hace hijos en el Padre.

          Amén será también la última de nuestras oraciones antes de partir al encuentro de nuestro Dios.

 

          Un abrazo a la majada

          Que tengan un lindo día.

          Amén