Tres escenas Evangélicas para el asombro. 

 

En esta reflexión te voy a invitar a que visites tres escenas Evangélicas que están en dos capítulos del Evangelio de San Marcos y que se leen los domingos XII, XIII y XIV del tiempo ordinario en el ciclo B.

“Asombro”, es un término complejo que está formado por tres palabras “Ad” que se transforma en la “a” y significa hacia, es hacia dónde dirigimos nuestra mirada; “Sub” que se transforma en la “s”significa debajo: así ya tenemos “as” y “Umbria” que significa sombra, es la parte de la montaña que no recibe el sol (de hecho en Italia hay una región montañosa central que se llama la Umbria) por lo tanto la primer aproximación a esta palabra es la acción de dirigirse a mirar bajo la sombra, a descubrir lo que está oculto a luz, pero es también el sentimiento de sorpresa de sacar de iluminar de la sorpresa que nos causa percibir la realidad de un modo nuevo. 

Estos dos movimientos están relacionados con la palabra asombro, uno voluntario de mirar hacia dónde está oscuro y otro interno que tiene que ver con la sorpresa de lo que encontramos.

Esa palabra ha estado dando vueltas en mi cabeza durante estas semanas en que escribo y reescribo estas reflexiones. Y en este caso les pido disculpas por que es larga. En los tres Evangelios se cruzan en estos términos: descubrimiento y sorpresa.

Cristo duerme. Cristo cura. Cristo omnipotente. Cristo impotente. 

Son tres escenas Evangélicas dinámicas. Movidas diríamos.

 

1. Jesús y los avatares en el viaje de la vida cotidiana

La confianza extrema de Dios en el hombre.

 

MC 4: 

35 Este día, al atardecer, les dice: «Pasemos a la otra orilla.» 

36 Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él. 

37 En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. 

38 El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» 

39 El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. 

40 Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» 

41 Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?» 

 

 

Esta es una escena común entre los marineros.

Nosotros estamos habituados a los viajes rutinarios de las ciudades. Sin embargo, nuestros padres eran viajeros de los mares de arena o de agua. En esas inmensidades la ruta es siempre nueva y siempre diferente. En esas soledades nuestra finitud nos hace humildes. En esos viajes, aún hoy, el clima es imprevisible y a veces mortal.

Y Cristo duerme. 

La Fe no es un antídoto para los avatares de la vida. 

La Fe no nos priva de las dificultades de la vida. 

La Fe no impide que nos enfrentemos al miedo a la muerte. Ese miedo nos hace humanos.

La vida es un viaje y no somos responsables del tiempo, del oleaje, del viento, de la tempestad ni de la fragilidad de la barca. 

Cristo duerme como el Padre creador descansó al séptimo día. 

Cristo duerme y deja en nosotros la conducción de la barca. 

Cristo duerme y confía en nosotros. 

Ese es el misterio del amor de Dios a la dignidad de la persona humana. La libertad del hombre.

El siempre está con nosotros. Está en la popa de la embarcación. Pero está dormido.

¿Qué sentimos cuando sentimos que estamos solos? 

¿Qué sentimos cuando la barca navega por aguas plácidas y vientos favorables?

¿Qué sentimos cuando todo sale a pedir de boca?

¿Qué sentimos cuando el viaje se realiza en forma segura?

Que Cristo es un lastre. Un peso inútil o por lo menos un pasajero al que llevamos gracias a nuestra pericia.

¿Sentimos lo mismo cuando la barca cruje?

¿Cuándo el oleaje anega la barca?

¿Cuándo el timón no responde y los vientos son adversos?

¿Cuándo sentimos que no tenemos el control de nuestra vida?

Cristo duerme.

A veces nuestra oración se limita solamente a pedirle que despierte. Que mire nuestra situación desesperante. Que nos auxilie. 

A veces nuestra oración más genuina es que tenemos miedo.

Ahí es dónde el reproche de Cristo cobra sentido. 

La Fe es la respuesta que trasciende el miedo. 

Uno no deja de temer, simplemente deja de temblar.

La Fe es el don de Dios al hombre en quien Él cree y es la apuesta del hombre al Dios en quien él cree. 

Nosotros no tenemos Fe en algo, no creemos en una fórmula, no creemos en un objeto, no creemos en un poder, nosotros creemos en una persona. 

Una persona que nos ama y nos cuida, nos protege y consuela, una persona que duerme en nuestra barca, nos acompaña en los momentos de alegría y de zozobra, una persona que confía en nosotros y nos deja en libertad. 

A veces deseamos que despierte, porque como niños necesitamos que calme al mar y al viento. 

A veces desearíamos que despertara y tomara el timón de nuestra barca. 

A veces olvidamos que cuando Él duerme, sueña nuestra libertad. 

Nosotros no somos responsables ni del clima, ni de la fragilidad de la barca, pero si somos responsables de tomar el timón o no hacerlo. 

Sólo tenemos una barca. 

Sólo tenemos un viaje a la otra orilla. 

La dignidad del hombre radica en tomar el timón y orientar la barca, el resto depende de Él.

 

 

Foto de Md Towhidul Islam en Pexels