Es un Evangelio perturbador el que relata el regreso del Señor para cobrar las deudas y la conducta asimétrica entre la generosidad que tiene para con el siervo que le adeuda 10000 talentos y la actitud de este mismo siervo perdonado para con su colega que le adeuda 100 denarios.
Digo que es perturbador, porque es cierto.
Todos en mayor o menor medida nos comportamos de la misma manera ante Dios y ante nuestros hermanos.
El Banco de Dios es muy especial. Nos da créditos de una magnitud enorme: en el relato cada talento en la época de Cristo era de unos 26 Kg de plata y equivale hoy a unos veinte mil dólares, es decir que el primer siervo adeuda doscientos millones de dólares (sin calcular los intereses acumulados de 2000 años) como contrapartida un denario equivalía 4 gramos de plata (unos tres dólares actuales) por lo tanto acaban de perdonarle una deuda de 200 millones de dólares y envía a la cárcel a quien le debe trescientos dólares.
Esta es la magnitud de diferencia entre la generosidad del Señor y la avaricia del siervo. Dios es como mínimo un millón de veces más generoso con nosotros que nosotros con nuestros hermanos.
Ahora, la paradoja es que cuando uno lee el Evangelio, uno cree que se hubiera comportado de un modo diferente, y eso se debe a que seguimos actuando como testigos entre el Señor y el siervo, somos del grupo que va a contarle lo que hizo otro.
Cambia la perspectiva cuando analizamos la generosidad de Dios para con cada uno de nosotros.
Es cierto que Dios no aprobaría ninguno de los cursos de administración de empresas. Su generosidad es desbordante e ineficiente: siembra en cualquier lado, le da semilla hasta a los pájaros; cuando pesca las redes están a reventar y tienen que desechar pescado; cuando multiplica los panes y los peces, sobran doce canastas; a la hora de hacer vino se manda casi cinco mil litros al final de la fiesta; no es muy exigente a la hora de elegir personal, de doce seleccionados desde toda la eternidad, once mancan a la hora de la verdad y el que se queda es el más chico. Los créditos en su banco se entregan a manos llenas y las cobranzas se hacen por las cajas de misericordia. En esta lógica económica Dios pierde siempre.
Si. Con nosotros también.
Cada uno de los átomos de nuestro cuerpo fue convocado a la existencia. De la nada a la luz y a nuestro cuerpo por la gracia de Dios. Podíamos haber existido como piedras o arena a merced del viento, pero fuimos convocados a la vida, a ser la expresión del deseo de Dios a que la criatura viva. Podíamos haber sido convocados a ser un árbol, un pez o un pájaro, pero por su gracia nos llamó a recibir su aliento y somos humanos, que podemos disfrutar de la razón y movernos con libertad. Podíamos haber sido convocados a ser humanos al principio de la historia, en que no había más luz que el sol y las estrellas, ni más agua que la de los ríos y todo era inhóspito y nosotros apenas nos alzábamos un metro del cielo. Pero fuimos convocados en nuestro tiempo y recibimos la revelación que nos hace hijos en el Hijo, somos de la familia de Dios. A todo eso le podemos agregar, salud, educación, familia, trabajo, dinero, felicidad, bienes, amores y deleites; es cierto que también hay algunas cruces, dificultades y problemas, pero honestamente ¿son comparables? Es cierto que el yugo es suave y la carga es liviana.
Por lo tanto, el Banco de Dios ha sido muy generoso con cada uno de nosotros, con algunos más y con otros menos, pero con todos ha sido generoso.
El problema radica en tres puntos:
En primer lugar, tendemos a olvidar esa generosidad divina y consideramos que como muchos de esos créditos no los pedimos, entonces no los debemos. Preferimos olvidar a Dios, olvidar el Banco, olvidar el crédito y obrar como si tuviéramos derecho a los que nos ha sido dado. Esta actitud de desprecio a los dones que hemos recibido nos lleva a “querer ser como dioses” y a endiosar a los otros “exitosos”. El final de esa fiesta, es que la carroza se convierte en calabaza cuando llegas al final del camino, y te das cuenta que toda la vida has perseguido papelitos de colores y espejismos de felicidad.
En segundo lugar, olvidamos cómo se paga el crédito y para mí nuestro Pastor ha dado una clave extraordinaria cuando predicó sobre la conversión de Pedro, y no nos olvidemos que él es Pedro así que de eso sabe mucho. Dice nuestro Pastor el secreto, la razón, por la cual este hombre temeroso y cobarde, que huye y niega a su Señor al ser zarandeado por el Demonio, cambia y se transforma en la piedra de la comunidad, en un hombre capaz de morir por su Señor, la razón de este cambio es la oración del Cristo. Cristo le dice en el Evangelio de Lucas: Pedro rezaré por ti para que conserves la Fe. Él es nuestro fiador. Al final del día Él condona la deuda. Salda el crédito.
En tercer lugar, comprender la generosidad del Padre y conocer la generosidad del Hijo debería llevarnos a obrar del mismo modo con nuestros hermanos. Cada uno de los talentos que nos ha sido dado, debe estar al servicio de nuestros hermanos. Si tenemos el don de la música es para que los oídos de nuestros hermanos disfruten. Si tenemos el don de la pintura y el dibujo es para que los ojos de nuestros hermanos disfruten. Si somos buenos administradores es para que nuestros hermanos crezcan. Si tenemos el don de la palabra, el consuelo, la salud, el acompañamiento, la cocina, es para que nuestros hermanos reciban esa bendición. Porque nada de lo que tenemos lo poseeríamos si no fuera por la generosidad del Padre y nunca podríamos pagarlo si no fuera por la generosidad del Hijo. Ese es el Espíritu que nos hace hijos del Padre y hermanos del Hijo. Olvidarlo es olvidar que cuando lo hicimos por el más pequeño lo hicimos con Él.
¿Te imaginas cómo hubiera sido el final de la historia si el siervo hubiera obrado con su hermano de la manera esperada?
Si le hubiera dicho, olvida tu deuda, acaban de perdonarme una deuda un millón de veces más grande ¿sabes qué? En lugar de cobrarte lo que me debes, te regalaré un poco más para que hoy vuelvas a tu casa y le digas a tu esposa que tu deuda ha sido saldada y lleves una alegría a tu mesa.
El mundo sería diferente si cada uno de nosotros toma conciencia de todo cuánto ha recibido y con qué generosidad es tratado; si tan sólo fuéramos capaces devolver un poquito de la generosidad que recibimos, el mundo se parecería un poquito más al cielo.
Un abrazo a la majada.
Ernesto
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