Por esas raras circunstancias de la vida un virus y un tiempo litúrgico coinciden en cuarenta días que sirven para reflexionar y crecer interiormente.
Es interesante ver nuestras reacciones ante ambas condiciones para rescatar lo que tienen de diferente y lo que tienen de común.
Empecemos por las diferencias la cuarentena es una imposición obligatoria de un gobierno a sus ciudadanos, dónde para velar por la salud de la comunidad aísla a un conjunto de personas y restringe su movilidad para evitar el contagio.
La cuaresma en cambio es un tiempo de retiro voluntario para encontrarnos a nosotros mismos con nuestro Señor y con nuestros hermanos en una comunidad que busca la luz para vivir más plenamente.
Desde esta perspectiva no podrían ser más diferentes, una cuarentena de una cuaresma.
Sin embargo, podemos tratar de ver los puntos que tienen en común: ambas buscan la salud.
La cuarentena prioriza la salud de la comunidad conculcando los derechos individuales para evitar un daño mayor, por ser el paciente afectado al mismo tiempo víctima y vector de la enfermedad, tal como lo definió Margaret Battin.
La cuaresma restaura la salud espiritual de cada persona, al poner frente a la misericordia de Dios a nuestras propias limitaciones y faltas, dándonos fuerzas para reparar las injusticias que cometimos.
La ventaja de la superposición temporal de ambos eventos es que nos permite revisar, casi especularmente, cada una de nuestras actitudes.
Te propongo que revisemos siete actitudes que esta situación pone ante nuestros ojos:
1. ¿Cómo reaccionas ante la adversidad? Así como reaccionas ante la cuarentena reaccionarás ante cada una de las adversidades de tu vida futura. Hay quienes la nieguen y traten de sortearla; hay quienes la acepten y traten de adaptarse; hay quienes se retraigan en su padecimiento; hay quien vaya al servicio y cuidado del otro, independientemente del riesgo que eso suponga. Una síntesis brillante de cada actitud está reflejada en “La peste” de Camus.
2. ¿Qué aprendes de la adversidad? La primera enseñanza que recibimos tiene que ver con el afuera de nosotros mismos. Con el mundo y con nuestras relaciones. ¿No te sorprende la velocidad con la que el mundo y sus problemas pasan a segundo plano? ¿Te acuerdas lo que te preocupaba ayer? ¿Si pudieras hacer una lista de las prioridades que tenías hace una semana, es similar a la que tienes esta semana? ¿Aquel asunto de vida o muerte que tanto te angustiaba, hoy tiene la misma importancia? ¿No te sorprenden tus amigos, conocidos, familiares?
3. ¿Qué descubres de ti mismo frente a la adversidad? La segunda enseñanza de la enfermedad tiene que ver con el interior de nosotros mismos, con nuestra mismidad. Cada uno de nosotros reacciona de un modo más o menos previsible y más o menos sorprendente. Indudablemente hay cosas que tienen que ver con lo que cada uno es y desde esa perspectiva muchas actitudes confirman esa manera de ser, pero siempre hay algo inesperado en nuestra manera de reacciona, algo nuevo, distinto de lo que pensábamos y allí hay un descubrimiento de nuestra persona.
4. ¿Cómo aprovechas tu tiempo? Cómo en una epifanía vuelves a ser dueño de tu tiempo. Quizá uno de los descubrimientos más importantes que podemos hacer frente al infortunio y la soledad es que desde el instante en fuimos concebidos y hasta nuestra muerte sólo somos dueños de nuestro tiempo. Es ese tiempo el que sacrificas al dinero y es ese tiempo el que compartes con tus hermanos. Es ese tiempo el que usas para siembra y es ese tiempo el que empleas en la cosecha. Ahora tienes tiempo. Es tu decisión cómo emplearlo.
5. ¿Qué sacrificios estás dispuesto a hacer para cuidar a tu comunidad? Aquí es dónde la palabra Iglesia toma su real significado ¿Cuál es tu Iglesia? ¿Por quienes de tu ecclesia no necesitarías ninguna imposición para aislarte si supieras que puedes afectarlos? Es ahí donde toma dimensión el término católico de nuestra Iglesia. Mientras para algunos la comunidad termina en su familia, para otros en su barrio, o su club o su empresa, para nosotros la comunidad incluye hasta el enemigo. Así es, deberíamos cuidarnos de causar daño hasta a nuestros enemigos.
6. ¿Y si estás fuera de los límites de la cuarentena? También es valioso reflexionar sobre el aislamiento de nuestros hermanos. Porque van a ser cada vez más hasta que pase la epidemia. En sus camas, en el hospital, en sus casas, van a estar aislados para protegerte. ¿Tomas tu suerte como un regalo merecido del cual te vas a aprovechar o por el contrario lo tomas como una circunstancia que espera de ti mayor responsabilidad y solidaridad? ¿Qué piensas? ¿Cuál es tu sentido de justicia? ¿Qué ayudas puedes brindar a tus hermanos en infortunio? ¿Y los trabajadores del sistema de salud, cómo te solidarizas con ellos? ¿Y los alumnos que no irán a clases, cómo les ayudas? ¿Y tus compañeros que no van a trabajar, cómo te aseguras de que a sus familias no les falte el sustento? ¿Y los comerciantes que pierdan sus ventas, de qué maneras los sostienes para que el daño sea el mínimo posible? Las estadísticas no son humanas. Los límites geográficos no son más que arbitrariedades. Es la empatía con el sufriente y la creatividad en el cuidado de los demás lo que nos hace verdaderamente humanos.
7. Por último, el sentido religioso de nuestros pequeños o grandes infortunios o logros. Todo en nuestra vida es una oportunidad para descubrir la voluntad de Dios y son infinitos los canales por los que llega su voz. A veces el gozo, a veces el dolor; a veces la salud, a veces la enfermedad; a veces la juventud; a veces la vejez; a veces la fortaleza, a veces la debilidad; a veces la valentía, a veces el temor; a veces, de un modo inesperado se abren nuestros oídos a un Padre que nos dice “Escuchadlo” o a una madre que nos dice “Hagan todo lo que Él les diga”. Siempre es bueno, no importa cuál sea la razón, hacer un poco de silencio para poder escuchar la voz de Dios.
La cuaresma es un buen momento para hacerlo.
Un abrazo a la majada.
Ernesto Gil Deza
Foto de portada de Alan Retratos en Pexels
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