Hace varios días que ronda por mi cabeza y mi corazón un pasaje mínimo del Evangelio. Lo recoge el Evangelista Lucas en el capítulo XVII, versículo 20: “Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: “El Reino de Dios viene sin dejarse sentir”.
“Sin dejarse sentir”.
Esa es una de las claves de la construcción del Reino que Dios va creando y revelando. Crece la masa sin que la levadura haga ruido. Germina la semilla sin que nadie lo perciba. Cambia nuestro corazón desde adentro.
El Reino es de Dios es la continuación del trabajo del alfarero que comenzó cuando modeló el primer Adán.
El cambio es imperceptible pero sus obras exceden las expectativas.
¿Acaso la levadura imagina la belleza de la hogaza de pan recién horneada, el aroma que impacta nuestros sentidos, la armonía de su forma, la paleta de colores al cocerse, la crocantez de la corteza, la humedad de su interior carnoso, el deleite del paladar que lo saborea y saciedad del hambriento?
¿Acaso el grano de mostaza sueña con la sombra que aliviará el hastío, las ramas que cobijarán el nido o la astringencia de su fruto que especiará nuestra comida?
Tampoco nosotros sabemos lo que Dios hace en el corazón de cada hombre.
Hay un solo corazón que podemos visitar con frecuencia: el nuestro.
Ese es el momento de la oración. El encuentro en nuestro corazón con nuestro hacedor. Puede que lo hagas con frecuencia, puede que lo hagas esporádicamente. Puede que lo hagas con serenidad, puede que lo hagas con angustia. Puede que lo hagas cuando niño o más cerca de tu vejez. Lo que te aseguro es que siempre lo harás.
“Sin dejarse sentir”.
Así se producen los cambios más importantes de la vida.
Hay un día en que te das cuenta que has perdido el tiempo persiguiendo la felicidad dónde no está, que te has esclavizado de tus bienes, que temes más de lo que gozas, que anhelas lo que despreciabas. Ese día es el día de cambiar, de empezar de nuevo ¿cuántas veces? Setenta veces siete. Así somos consolados.
Hay un día en que te duele el daño que has causado, así comienzas a reparar la injusticia. No puedes volver el tiempo atrás, pero puedes tratar de devolver algo de lo que obtuviste injustamente, de ayudar a los que despojaste, de auxiliar a los que no tienen. Así somos perdonados.
Hay un día en que te pesa la obesidad, la superficialidad y la embriaguez. Al abrir los ojos descubres a Lázaro, y allí le alimentas, le vistes y le brindas cobijo. Así somos saciados.
Hay un día en que descubres que estas atado a rutinas, horarios, palabras, silencios y liturgias vacías de un baile de máscaras en los que pocos son lo que son. Ese día descubres que aparentar es una pérdida de tiempo y esfuerzo. Es más fácil ser lo que uno es, decir lo que uno piensa y hacer lo que uno siente. Así somos liberados.
Hay un día en que descubres que tu cuenta bancaria no compra más salud, más vida o más felicidad. En el mejor de los casos te acerca a médicos más caros, sostiene agonías más prolongadas o te brinda ámbitos más confortables. Ahí te das cuenta que somos todos criaturas del mismo Dios y que hubiera sido más sabio obrar con mayor humildad y solidaridad, pues frente a lo esencial somos todos carenciados y muchas veces quienes menos tienen son menos esclavos. Yo soy testigo cotidiano de muchas conversiones de este tipo en mi consultorio.
“Sin dejarse sentir”.
No es en espectacularidad de Hollywood ni de las catedrales. No es en la belleza sin igual de armonía del Universo. No es en el caos cuántico de las partículas subatómicas. No es en la claridad del lenguaje. No es en el éxtasis del arte. No es en la síntesis de las matemáticas. No es en la predictibilidad de la fórmulas físico-químicas. No es en la coherencia de una ideología. Es en el corazón de cada hombre dónde se construye el Reino de Dios.
Es el cambio en el corazón lo que te lleva a percibir un atisbo de la gracia en el universo, en la ciencia, en el arte, en la política o aún en la misma religión.
Es en el amor que nace sin que lo sepamos, crece sin que lo veamos y transforma sin hacer ruido, dónde se manifiesta la grandeza de nuestro Dios.
Es así, preparando nuestro corazón como un nuevo Belén, como nos va preparando para que cada día sea una Navidad en la que se encarna un poquito más en cada uno.
“Sin dejarse sentir”
Un abrazo a la majada.
Ernesto
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