Muchas veces en mi vida, la lectura y la meditación de la palabra tiene que ver con lugares, que a su vez, expresan estados de ánimo.
Nazaret y la anunciación, cuando debo tomar una decisión y no sé qué hacer.
La huida a Egipto con el Niño y la madre, cuando siento amenazas a mi vida familiar.
Las bodas de Caná cuando pido la intercesión de nuestra Madre.
La curación de la hemorroísa cuando anhelo tocar el borde de su túnica para aliviarme.
El sermón del Monte cuando me doy cuenta de la riqueza en la entrega y el desapego.
La tentación del Tabor, cuando me siento pleno, en paz y feliz.
La celebración de la cena cuando pienso si así viviré mi último día.
El monte de los Olivos cuando estoy angustiado.
El Vía Crucis en cada caída.
La soledad de la Cruz cuando me siento desamparado.
El cenáculo y el llamado a Tomás cuando dudo y descreo de mis hermanos.
Son momentos, palabras e imágenes que surgen como consuelo y sentido de lo que estoy viviendo, y me ayudan profundamente.
Cambian mi ánimo, mi espíritu y mi cuerpo.
Son, por decirlo de alguna manera, oraciones totales. Se sienten en el alma, convulsionan el espíritu, se comprenden por la razón y se expresan con la boca.
Pero hay un lugar al que vuelvo frecuentemente y es el camino a Emaus.
Para mí hay dos textos que tienen que ver con el viaje, uno veterotestamentario, el Éxodo, que representa nuestra vida. Es la Alianza de Dios por la libertad de nuestra vida, que debe atravesar el desierto para llegar a la tierra prometida.
El desierto para mí, en ese texto, representa el encuentro sólo con Dios. Nada te sostiene, nada te distrae, sólo Dios, eso te lleva a llegar a tu heredad. A partir de allí todo sobreabunda. Sin Dios nada tiene sentido y nada llena tu alma. Con Él cualquier cosa sobra. Es en esa pobreza extrema dónde somos conscientes de los dones que nos han sido dados y que inmolamos ante el becerro de oro.
El segundo texto del viaje es el camino de Emaus, que tiene que ver con el viaje cotidiano. Ese de todos los días. Es el que analizo en el Examen de la noche.
Ese texto ocupa un espacio importante en el Evangelio de Lucas, es apenas mencionado en Marcos (que le dedica dos versículos) y no está registrado ni en Mateo ni en Juan.
Lo bueno del Evangelio de Lucas es que fue escrito pensando en nosotros, los conversos, los que no venimos del pueblo de Israel.
En ese Evangelio, dos discípulos del montón, iban conversando, apenados, fueron testigos del juicio, perdieron el plebiscito, miraron de lejos la crucifixión, están informados que algunas mujeres dicen haberlo visto, pero a ellos no les convence, creyeron y pensaron que habían creído en vano.
¿Cuántas veces te sucede lo mismo? Hay momentos en que te parece que la Fe no tiene sentido, ni actualidad, ni fuerzas. Otros creen y a vos te parece que es una ilusión en la que no quieres volver a creer. Él nos iba a liberar, el cordero pacería junto al león y no se nos caería ni un sólo pelo de nuestra cabeza sin que Él lo permita. ¿Por qué lo permites?
Y, allí, en ese camino, rumbo a tu trabajo, en un pasillo de tu empresa, yendo a la cafetería, o sacando una fotocopia, en alguno de los sesenta estadios que separaba Jerusalén de Emaus, inesperadamente aparece Él.
Ese encuentro en que no le reconocemos pero nos habla, a través de un empleado, un desconocido, un paciente, alguien que se cruza en nuestro camino, a veces un texto, o una palabra. Que te hace detenerte y expresar lo que te pasa.
Nos explica las escrituras.
Él, que es la Palabra, nos explica las palabras, y todo toma un cariz nuevo. He leído miles de veces la misma línea, sin embargo hoy me dice algo diferente. Uno de los problemas que tenemos con la Biblia es que ha sido escrita para ser hablada, leída en voz alta, es una voz que resuena cuando se la habla. Muchas veces leo el texto dos veces, una en silencio y llega a mi cerebro y otra en voz alta y llega a mi corazón. Es en mi corazón dónde transforma la mirada. “Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!” Es el reto del Cristo.
La palabra se lee con el corazón. Anida en el corazón. Nos transforma desde el corazón. Hay una cardioteología que debemos desarrollar.
Luego comparte el pan.
Allí le reconocemos. En la eucaristía dónde vuelve a donarse cuerpo y alma para encarnarse en mí. La mayoría de los alimentos se transforman en nosotros, menos la Eucaristía que nos transforma en Él.
Esa es la palabra que se encarna, en mi carne. Que transforma mi carne. Que vitaliza mi carne. Que cura mi carne. Ahí es dónde nos volvemos Belen y Golgota, Alfa y Omega, Uno en EÉl. Allí es cuando el Espíritu nos hace recordar, no rememorar, sino volver a nuestro corazón para encontrarnos con Él. Ese es nuestro Emaus.
Luego del encuentro la misión. Volver a anunciar que “lo hemos conocido en la fracción del pan”.
Lucas continúa el relato ligándolo con la primera aparición a los apóstoles sin comentar nada, Marcos, agrega que tampoco a los discípulos de Emaus les creyeron.
Me parece que ambos dicen una gran verdad.
Lucas hace hincapié en el camino. Lo valioso del encuentro no radica en que los demás nos crean sino en que nosotros creamos. En que nos dejemos sorprender, tengamos la libertad de dialogar, nos llenemos de gozo al comprender y lo descubramos al partir el pan.
Marcos hace hincapié en que lo demás es obra de Dios.
Un gran abrazo a la majada
Ernesto
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