Capítulo segundo: UN EXTRAÑO EN EL CAMINO (56)
El trasfondo (57-62)
El abandonado (63-68)
Una historia que se repite (69-71)
Los personajes (72-76)
Recomenzar (77-79)
El prójimo sin fronteras (80-83)
La interpelación del forastero (84-86)
En este capítulo de la Fratelli tutti nuestro Pastor nos ayuda a meditar una de las parábolas más difícil de todo el Evangelio.
Meditarla siguiendo la guía que nos propone el Papa Francisco es aprender a meditar y también aprehender y dejarnos sorprender por la palabra viva de Dios.
Empieza ofreciéndonos el texto, marcando que hoy igual que ayer, independientemente de nuestras creencias, esta Palabra interpela a cualquier hombre de buena voluntad.
En el análisis de la parábola del Buen Samaritano, nuestro Pastor nos ofrece primero “El trasfondo”: detrás de la pregunta “¿Quién es mi prójimo?” hay una tentación a seleccionar a quienes debo cuidar y a quienes está bien descuidar, esta tentación se remonta a nuestro antepasado Caín “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” Pero la misma pregunta la hacemos repetidamente ¿A los que no comparten nuestra nacionalidad? ¿Nuestra cultura? ¿Nuestra Fe? ¿Nuestra tribu? ¿Nuestro grupo? ¿Nuestra familia? A esa idea de selectividad para la projimidad y el cuidado. Dios responde: si sos el custodio de tu hermano, de todos tus hermanos, independientemente de cualquier condición y esta tradición es uno de los puentes que une la vieja y la nueva alianza.
Por lo tanto lo primero que pone en evidencia el Papa Francisco es que la respuesta de Cristo revela de un modo indubitable que la discusión sobre la fraternidad universal está zanjada: toda la historia de la Iglesia puede ser vista como una comprensión cada vez más acabada de este principio y la Fratelli tutti plasma en blanco y negro la actualidad y urgencia de este llamado.
Por eso es comprensible que genere dificultades en su comprensión, los hijos de Caín seguimos reformulando la pregunta de nuestro padre.
Primero en darnos cuenta que siempre lo que donamos es tiempo.
Lo único que tenemos es tiempo.
Este tiempo.
Si transformáramos el dinero en tiempo, nos daríamos cuenta que la diferencia entre los millonarios y los paupérrimos, es que los primeros reciben más papeles pintados que los segundos por la misma unidad de tiempo, y si valoráramos los bienes transables por tiempos veríamos que mientras a un millonario una casa le cuesta segundos a los pobres de este mundo les cuesta una vida.
Si fuéramos más allá veríamos que el consumismo, lo que consume es nuestro tiempo y que nos ofrecen baratijas en las que invertimos el tiempo que se nos ha donado gratuitamente. No deja de ser una paradoja que muchas personas inviertan años de su vida en comprar un instrumento para medir lo que es gratis.
Sólo tenemos tiempo.
Y eso es lo que hace el Samaritano, compartir su tiempo en el cuidado de un hombre herido.
Pero la parábola es de una profundidad y una belleza inusitada, a la hora de explicar la proximidad cristiana.
Empieza en el camino. Y todos estamos en el camino. Un hombre, sin ninguna otra condición. Un extraño ¿judío? ¿Samaritano? ¿Extranjero? ¿Artesano? ¿Comerciante? ¿Rico? ¿Pobre? ¿Joven? ¿Viejo? ¿Sano? ¿Enfermo? Ha sufrido un infortunio. Ha sido asaltado y ha sido abandonado por muerto.
Tanto los ladrones, como el Sacerdote y el Levita de la parábola, cometen el mismo error diagnóstico, el extraño malherido está muerto.
Y esa condición alivia mi conciencia.
Si soy ladrón nadie va a perseguirme, si soy Sacerdote no me voy a contaminar y podré rezar tranquilamente por el alma del asaltado y si soy Levita no perderé mi tiempo y me abocaré a cosas más importantes.
Sólo uno duda ¿Y si no está muerto? Y se acerca a comprobarlo, ve que está agonizando, luchando por vivir y lo ayuda a vivir.
En este acercarse para cuidar la vida está definida la esencia de toda proximidad.
Estamos convocados a cuidar y salvar la vida. Toda vida. Toda la vida.
Para mí esa es la primera lección de fraternidad y humanidad.
Todos hemos recibido el don de la vida.
Todos merecemos vivir, y los prójimos son los que nos ayudan a vivir.
El segundo gesto, es que para poder acercarse, se baja del caballo.
Los otros han pasado y han seguido confortablemente en sus cabalgaduras, es posible que llenos de buenas intenciones: en cuanto llegue a Jerusalén enviaré ayuda; comunicaré a las autoridades la inseguridad de la ruta; colaboraré para aumentar la presencia del ejército en esta zona; haré leyes más rigurosas contra la delincuencia; oraré al Señor por el muerto y su familia.
Pero ninguno se baja del caballo.
El Samaritano sí.
No sólo se baja del caballo, sino que muestra pericia en los primeros auxilios, que son ciertamente eficaces pero modestos: limpia las heridas y las venda. Esta es la ayuda de subsistencia al herido, al carente, al desamparado. Primero paremos la hemorragia.
Pero da un paso más: lo sube a su cabalgadura. Le deja el lugar. No sólo cura sus heridas, sino que vuelve con él al camino.
Pero da un paso más: lo lleva a una posada a que pase la noche.
La primera noche, aquella que sellará su suerte ¿Vivirá o morirá? Eso se va a definir esa noche y en esa noche el Samaritano vela el sueño del extraño herido.
Todos los médicos alguna vez hemos velado un enfermo y ¿saben cuándo sucede eso? Cuando es nuestro enfermo. El Samaritano ha adoptado al extraño: no sabe quién es, no ha cruzado palabra, no conoce ni su historia ni sus relaciones, sabe eso sí que es un moribundo, su moribundo y que él no le dejará morir sin cuidado.
Pero da un paso más. Una vez que el paciente está estabilizado lo deja al cuidado del posadero y paga de su bolsillo los gastos que puede demandar su atención, con la promesa de que, si gasta más, él lo cubrirá. No el herido, sino el Samaritano.
En la encíclica nuestro Pastor nos recuerda, que en el camino de la vida todos somos alguna vez ladrones, alguna vez heridos, alguna vez sacerdotes o levitas, alguna vez samaritano y alguna vez posaderos. Lo importante es recordar cuál de ellos se comportó como prójimo.
Interrogado por Cristo sobre ¿cuál se comportó como prójimo? el maestro de la Ley acierta nuevamente: “el que lo trató con misericordia” y de allí el mandamiento: “Tienes que ir y hacer lo mismo”
Hay cuatro ejercicios que te propongo hacer en esta semana sobre éste capítulo de la Fratelli tutti:
Escandalizarte. El objetivo de la parábola era generar escándalo. Para el maestro de la ley era imposible un Samaritano bueno, era un oxímoron pensar en esos dos términos juntos. A nosotros no nos escandaliza porque no tenemos nada contra los samaritanos: por eso el primer ejercicio que te propongo es que cambies el término samaritano por uno que te genere repulsión. Cada uno tiene, en su fuero íntimo, ese término que le parece insalvable, tan insalvable que es imposible que se comporte humanamente, y a quien jamás llamaría prójimo. A esa condición agrégale la palabra bueno y relee la parábola con ese término. Verás cómo se te eriza la piel.
Pensar por un instante que el herido ha permanecido todo el tiempo inconsciente. Para él la realidad se hizo oscuridad cuando lo asaltaron y vuelve la luz en la posada. No tiene idea de lo que pasó en el medio. No sabe quién lo ha salvado. No conoce a quien se aproximó. La proximidad no necesita del conocimiento ni del reconocimiento. La proximidad busca salvar la vida del otro. Sin importar nada más.
Unir los aciertos del maestro de la Ley: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo” con “Él que obró con misericordia” y la promesa de Jesús: “Practícalo y vivirás” con el mandato “Tienes que ir y hacer lo mismo”. La vida no consiste sólo en saber lo que es correcto sino en hacerlo, practicarlo, transformar nuestros conocimientos en acciones. Nuestros conocimientos nos acercan a las promesas, pero son nuestras acciones las que cumplen el mandato.
Releer el capítulo dos de la Fratelli tutti y tomar conciencia de la situación de nuestros hermanos, sobre todo luego de esta pandemia, y llevarles algo de alivio. No a todos, sino a uno. No en abstracto sino en concreto. No a cualquiera sino al mío. Como dice nuestro Pastor: “En los momentos de crisis la opción se vuelve acuciante: podríamos decir que, en este momento, todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus hombros a algún herido".
Yo creo que la fraternidad universal y la proximidad cristiana son dos formas de decir lo mismo. Creo que la ética cristiana es esencialmente una ética de cordialidad. Del corazón, de las entrañas, una ética de la misericordia, íntima, profunda, silenciosa, que como la brisa sopla sobre las aguas y cambia al mundo. Por eso en silencio, sin que lo sepa siquiera al que ayudamos sería bueno que salgamos al camino, nos bajemos del caballo, vendemos las heridas, velemos el sueño de los que sufren y paguemos con nuestro dinero la ayuda que otros necesitan y no pueden conseguir. El mandamiento de nuestro Señor es categórico: “Tienes que ir y hacer lo mismo”
Cuántas veces hemos faltado contra él.
En la próxima reflexionaremos sobre “Pensar y gestar un mundo abierto”
Un abrazo a la majada
Ernesto
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