Capítulo quinto: LA MEJOR POLITICA (154)

 

Populismos y liberalismos (155)

Popular o populista (156-162)

Valores y límites de las visiones liberales (163-169)

El poder internacional (170-175)

Una caridad social y política (176)

La política que se necesita (177-179)

El amor político (180-182)

Amor efectivo (183-185)

La actividad del amor político (186)

Los desvelos del amor (187-189)

Amor que integra y reúne (190-192)

Mas fecundidad que éxitos (193-197)

 

Hasta aquí el Papa nos ha hecho soñar (Capitulo 1), meditar (Capítulo 2), pensar (Capítulo 3) y sentir (Capítulo 4) sobre una manera nueva de ver al mundo y a nuestros congéneres: la fraternidad.

Ahora nos invita a observar la primera consecuencia de esa nueva visión, de ese nuevo modo de convivencia entre las personas y coexistencia con el mundo que nos rodea. 

Este capítulo es afrontado desde un realismo sin cortapisas. 

No hay ningún lenguaje políticamente correcto para hablar de la buena y la mala política.

Si la fraternidad era el valor olvidado del grito revolucionario francés hoy parece ser el valor olvidado de las políticas mundiales.

Es la cara oculta de la meritocracia de cualquier signo: el desprecio de los débiles (FT 155). El olvido de la fraternidad es también la consecuencia de una visión binaria y reduccionista, por lo tanto empobrecida, de la realidad social. 

Aquí debemos mirar las palabras de nuestro Pastor desde la óptica de un Dios providente y paciente. 

¿Para qué sirve la política? Para servir al bien común. La pregunta que debemos formular a continuación tiene diferentes respuestas según formulemos ¿Qué es el bien común? ¿Cuál es el bien común? O ¿Quién es el bien común? Es decir ¿La política debe servir a una sola cosa, a una cosa entre muchas o a las personas?

Para los partidarios de la libertad y el liberalismo el bien común a custodiar es la competencia, la libre competencia y asegurar que el punto de partida sea el mismo para todos los competidores. Esta visión es incompleta porque se desentiende del que pierde.

Para los partidarios de la igualdad, el bien común a custodiar es la equidad. Su objetivo es la distribución exactamente equitativa de esfuerzos y logros. Esta visión también es incompleta porque desprecia al diferente.

Para los partidarios de la fraternidad, el bien común es asegurar el cuidado y desarrollo de todos los hermanos de acuerdo a sus necesidades y limitaciones. Es la única visión completa porque cuida del menos capaz y se nutre de las diferencias. Los hermanos obramos de esa manera.

¿Porqué? Porque es razonable que en algunos aspectos lo mejor sea la competencia, es razonable que en algunos aspectos lo mejor sea la equidad, pero es irracional pensar que en todos los aspectos es mejor una u otra visión.

¿Cómo se desarrolla este camino? Primero cambiando el corazón de cada uno, luego las palabras y los gestos de cada uno. 

¿Es la persona más vulnerable de tu comunidad tratado con la dignidad que se merece? 

¿Somos conscientes que no sólo debemos respetar la justicia distributiva que asegure la supervivencia física de nuestros hermanos sino también la justicia contributiva que respete la dignidad existencial de cocreadores en el mundo? 

Para eso debemos participar de políticas que respeten la generación de Trabajo como pilar de la dignidad en la construcción del mundo. el Techo como generador de dignidad en el hogar y el Pan como generador de dignidad para la subsistencia.

Ahora bien, un punto crucial es que la base de la transformación de las conductas está en la educación, los hermanos no cambiamos porque nos obligan a ello sino porque comprendemos. Y nunca debemos olvidar que lo que más enseñamos es lo que hacemos y no lo que decimos. 

Uno de los educadores más formidables es el hermano y los que hemos disfrutado de una familia numerosa lo hemos disfrutado. Así la FT 167 lo dice explícitamente: “La tarea educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más integralmente, la hondura espiritual, hacen falta para dar calidad a las relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos.”

Lo interesante es que la lectura de este capítulo muestra como la fraternidad vista dentro de la agenda política empieza en la intimidad de la persona, se expresa en su vida familiar, laboral, social, comunitaria, provincial, nacional e internacional. Es como un fractal cuya forma se delinea desde el corazón de cada persona a las relaciones supranacionales. Por eso desde mi punto de vista hay dos puntos centrales en este capítulo: el número 180 en que rehabilita la política como una expresión suprema de caridad:

 

“Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política». Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común»”.

 

Y el punto 197 que rehabilita la conciencia del político como la herramienta suprema de cambio: 

 

“Porque, después de unos años, reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: “¿Cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?”. Las preguntas, quizás dolorosas, serán: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?”.

 

Esto vale para todos los que convivimos en una sociedad cada uno en su medida, en su parcela, en su lugar por muy pequeño que sea:

¿Vive un amor que construye y cuida los bienes de uso común? 

¿Ejercita un amor efectivo, desvelado, integrativo, unitivo y más fecundo que exitoso? 

¿Pone su esfuerzo y su tiempo al servicio del más vulnerable, del que menos tiene, del que menos sabe, del que menos puede, cómo lo haríamos con un hermano muy querido?

Un abrazo a la majada

 

Ernesto

 

La próxima meditación será sobre el diálogo y la amistad social. 

 

Foto de Diva Plavalaguna en Pexels