La Providencia ha puesto frente a nosotros el séptimo día del retiro junto a la convocatoria de nuestro Pastor a vivir este año como el “año de San José”, lo que para mí es una invitación a mirar la realidad desde los ojos de este gran santo.
La circunstancia es propicia porque hoy analizaremos el capítulo sexto:
Capítulo sexto: DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL (198)
El diálogo social hacia una nueva cultura (199-202)
Construir en común (203-205)
El fundamento de los consensos (206-210)
El consenso y la verdad (211-214)
Una nueva cultura (215)
El encuentro hecho cultura (216-217)
El gusto de reconocer al otro (218-221)
Recuperar la amabilidad (222-224)
La primera idea que desarrolla el Papa Francisco es la palabra dialogar es un verbo que incluye muchas acciones en sí mismo: “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto”.
Es muy interesante que nuestro Pastor emplee formas reflexivas de los verbos excepto en la última de las acciones en que vuelve al infinitivo. Esto implica que los primeros gestos son simétricos dialogar es que dos personas tengan la voluntad de estar cerca, no tengan miedo de poner en evidencia lo que sienten y lo que piensan, perciban mutuamente la realidad del otro y, lo más importante comprendan las razones, los motivos y el sentir del otro: esto abre las puertas al primer efecto del diálogo, en qué coincidimos. Ya llegará el tiempo del límite, la reafirmación, la dificultad, pero en el tiempo del diálogo el espíritu debe estar abierto a la comprensión, a la unidad, a salir al encuentro.
Vivimos en una sociedad multiétnica y multicultural donde hay muchos monólogos y poco diálogo. Por eso vivimos en un mundo en el cual todas las voces expresan su derecho a ser respetadas pero casi ninguna ejerce el deber de respetar al otro. Respeto que no significa que el otro tenga razón, sino que hemos observado y escuchado las razones, aún aquellas con las que disentimos, con el otro. Pero este ejercicio supone salir de la confrontación entre personas para pasar a la cooperación entre personas mediante la confrontación de ideas. Disentir es también ayudar. Confrontar es también construir. Lo que marca nuestro Pastor en este capítulo es cuál es el modo fraternal de hacerlo. ¿Cómo tratas a tu hermano cuando tienen un problema? ¿De qué manera tratas a tu hermano cuando crees que está equivocado? ¿Por qué juzgas antes de comprender? ¿Por qué no te das el espacio de cuestionar los fundamentos de tus afirmaciones?
Dialogar no es imponer.
Dialogar no es atacar la persona del otro.
Dialogar no es negociar fragmentos de poder.
Dialogar no es renunciar a la verdad.
En este tiempo de Navidad es bueno ver que esa es la actitud de nuestro Padre Dios. Envía un mensajero a la casa de María, en Nazaret y dialogan. El Angel expresa el misterio de la elección de la Virgen y la Virgen expresa la libertad de su esclavitud al Señor. No creo que haya mayor libertad que en ese apego “de la esclava del Señor” al cumplimiento de la Palabra. Hasta en una persona tan dispuesta como María a seguir la voluntad de Dios, Dios quiere que lo haga libremente, dialogalmente.
Es también un diálogo en sueños lo que terminará por dilucidar el dilema de José, podemos imaginar la angustia de José, esa noche habrá quedado en su conciencia la pregunta : ¿estoy haciendo bien al repudiar a María embarazada? Y el Ángel responde “no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” y le revela el nombre y la misión del Hijo.
Es también un diálogo orante, la súplica del Cristo en el Gólgota “que no se haga mi voluntad sino la Tuya”.
Como dice nuestro Pastor en la Patris Cordes, la salvación requirió del diálogo y la aceptación libre de la sagrada familia de la voluntad del Padre: María en Nazaret, José en Sueño y Jesús en el Gólgota.
Ese diálogo de Dios con los hombres debe ser la inspiración para el diálogo entre los hombres. Si Dios es capaz de saltar la distancia infinita que nos separa de Él ¿No seremos nosotros capaces de dar el mínimo paso que nos acerque al otro?
¿Qué particularidades tiene ese diálogo?
En primer lugar es constructivo. Nuevamente la figura de San José aparece en el horizonte. Un carpintero, que resolvía los problemas cotidianos y hasta minúsculos de su comunidad, de una manera práctica y sencilla. Quizás esa debe ser la primera pregunta de proximidad para aquel a quien queremos conocer ¿En qué puedo ayudarte? ¿Qué necesitas?
Eso abre las puertas al conocimiento del otro y eso permite comprender aquello en lo que estamos de acuerdo y aquello en lo que disentimos.
Pensemos nuevamente en San José: aceptó la Madre y el Niño ¿Qué le habrán dicho sus familiares, sus amigos, sus vecinos? Él tomó bajo su cuidado lo más valioso del Universo entero. Se sometió luego al decreto de Augusto, habrá planificado el viaje a Belén, sus vituallas, sus herramientas y durante el viaje habrá cuidado de su esposa encinta, llega el momento del alumbramiento y no tienen lugar a dónde dar a luz. Alguien se compadeció y los alojó en el pesebre. Imagino que José adecentó el lugar lo mejor que pudo para el nacimiento del Hijo de Dios. Es testigo de la alabanza de los Ángeles, de los pobres y de los Sabios, sin embargo, casi inmediatamente debe huir a Egipto para salvar al Niño de la matanza ordenada por un déspota creyente. Alguien los recibió, los ayudó, confió en él para su primer trabajo. Alguien traspasó el límite de la xenofobia para compadecerse del inmigrante. Dejar Egipto para volver a Nazaret a empezar de nuevo. No es ciertamente una vida fácil.
En segundo lugar, el diálogo permite encuentros que construyen consensos.
Esos consensos se construyen desde la firme convicción de que todo ser humano desde su concepción hasta su muerte natural tiene una dignidad inviolable y el derecho a que su vida sea respetada.
Es desde ese convencimiento que comienza el proceso de búsqueda de la verdad como fundamento de la convivencia social.
La ley, el mínimo de moral imponible, lo único que yo puedo exigir a un conciudadano, debe fundamentarse en que todo ser humano tiene la misma dignidad inviolable.
Es desde ese convencimiento que la cultura del encuentro es posible. Es desde el respeto de la dignidad de la persona en que cosificar, esclavizar, oprimir, explotar o matar al otro se transforma en algo inaceptable, no porque la ley lo prohíba o la sociedad lo castigue, sino porque cada ciudadano comprende que es algo intrínsecamente malo.
Es desde la cultura del encuentro como antípoda de la cultura del descarte, donde todas las voces pueden y deben ser oídas, el límite infranqueable es la vida y la salud del otro. Yo tengo derecho a morir por mis convicciones, no tengo derecho a matar por mis convicciones.
Es desde esa disposición a defender la verdad a costa de mi vida dónde el diálogo tiene otro cariz ¿Porqué ideas estás dispuesto a morir? ¿Qué convicciones son para vos más fuertes que tu propia vida? ¿Por qué convicciones perderías tu trabajo? ¿Cuál es tu límite?
Ese es el convencimiento que convence.
Ese es el compromiso que compromete.
Cuando frente a la injusticia las personas justas dicen no, la sociedad cambia. Eso explica el progreso moral: alguna vez fue visto como correcto que la mujer sea menos valiosa que un animal, alguna vez fue visto como bueno que el poderoso esclavizara al débil, alguna vez fue visto como bueno imponer a una sociedad una manera de pensar, alguna vez fue visto como bueno castigar a un reo con la muerte, alguna vez fue visto como bueno el trabajo infantil, alguna vez fue visto como buena la violencia doméstica. Alguien alguna vez dijo no a esa “normalidad” y cambió la manera de ver estas realidades.
Todo cambio genuino y persistente comienza en esta verdad simple y universal: todo ser humano tiene una dignidad intrínseca y tiene el derecho humano fundamental de que se respete su vida, desde la concepción hasta la muerte natural, independientemente de su sexo, edad, raza, religión, cultura, nivel socio económico o cualquier otro condicionante.
Sin ese convencimiento todo cambio será efímero y todo consenso provisional y superficial. Con ese convencimiento los cambios pueden producirse de un modo respetuoso y amable.
Convencidos de esa verdad fundamental podemos volver a la figura de San José, que nos ha propuesto nuestro Pastor.
En medio de un mundo que minimiza la paternidad, nos ofrece la figura de un padre, diríamos un padrazo. Libremente asume la responsabilidad de cuidar las dos vidas, la de la Madre y la del Niño.
En medio de un mundo que está repleto de ruidos y palabras sin sentidos, nos ofrece como modelo a un mudo. José no habla, hace lo que es correcto.
En un mundo que destruye nos ofrece un constructor.
En un mundo que estimula la rebelión y el conflicto nos ofrece la figura de un santo que siempre está adaptándose a la realidad para proteger lo más valioso.
En un mundo que exacerba el deseo sobre el deber nos brinda la figura de un santo que siempre puso ante sí cumplir con lo que se pedía de Él.
En un mundo que pone luz en los éxitos resonantes nuestro Pastor nos invita a mirar a los que sirven silenciosamente.
Detrás de las cámaras, debajo de los escenarios, antes de que abran las puertas y los brillos dorados junto con la fanfarria estridente inunden la intimidad de nuestros hogares, están los que limpian, ordenan, arreglan, conservan, cocinan, cuidan, alimentan, distribuyen, curan, protegen.
Esta pandemia ha puesto en evidencia cuántos Josés han permitido a cuántas familias subsistir seguras, quiera Dios que no los olvidemos y aprendamos de ellos.
Por eso cuando este año miremos el pesebre, lentamente desplacemos la mirada del Niño a la madre y al lado de ellos San José. Pensemos en cuánto le debemos y pidámosle que haga posible lo que parece imposible, tal como nos lo enseña nuestro Pastor.
Un abrazo a la majada
Ernesto
Foto de TheWonderOfLife en Pexels
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