Esta Bienaventuranza del final original del Evangelio de San Juan (el capítulo XXI se agregó posteriormente) está dirigida a nosotros: los que no vimos.
Otra manera de formular esta Bienaventuranza sería: Felices los que vivan la Fe en la Iglesia, Madre y Maestra.
¿Alguna vez te has preguntado por los caminos que se recorrieron hasta tu Fe? Frecuentemente es un derrotero de caminos femeninos: madres, abuelas, tías. Son las mujeres mayormente los canales de transmisión de la Fe, de vez en cuando aparece un hombre que vive intensa y plenamente la Fe.
Para mí el rol de la mujer en la transmisión de la Fe es crucial.
Creo que eso tiene que ver con una razón histórica y biológica.
Si nos remontamos en la historia, yo creo que la gestación de la humanidad en la historia de la evolución culminó con la génesis de la palabra hace unos ochenta mil años.
La primera palabra humana se pronunció hace unos ochenta mil años y como no hay historia que la haya registrado tenemos libertad para imaginar cómo decía Borges “a mi se me hace cuento”... que la primera palabra humana fue maternal y cantada.
Me gusta soñar que la primera voz humana, pronunciada en la noche de los tiempos, fue una madre cantando al hijo, para arrullarlo en medio de la noche y exorcizar sus temores.
Lo acicaló, le amamantó y le cantó.
Allí nació la palabra en la historia de la humanidad.
Esa imagen de la primera madre, cantando al niño en su pecho, la veo repetirse infinitamente como en un juego de espejos, en cada una de nuestras madres, a lo largo de toda la historia humana.
Imagino más adelante mostrándole las maravillas del mundo, ayudándolo a dar los primeros pasos, y la confianza del niño en esos ojos, en esas manos y en esa palabra, que a la par que nos permite ejercer la libertad también nos despliega la maravilla que nos rodea.
Así, exactamente así, vivo yo la Iglesia.
Es esa madre en la que tengo confianza, que me ayuda a crecer en libertad y me enseña a comprender la realidad.
Felices los que creen sin ver.
Felices los que sin haber visto al Cristo resucitado son capaces de descubrir los efectos de su venida en la familia, en la comunidad que los cobija, los nutre y les ayuda a orar.
Por eso me admira cuando escucho a nuestro Pastor abrir las puertas de su corazón para decirnos: “somos un hospital de campaña”, “abramos la puerta”, “todos son bienvenidos”.
¿Podemos imaginar una madre que abandone o lastime a su hijo?
¿Podemos imaginar lo que debe sentir un niño que no es amado?
Felices los que creen sin ver, también podemos leerlo como Felices los que ayudan a que otros crean sin ver.
El niño alimentándose en el seno materno, con los ojos cerrados, no ve pero siente la calidez del abrazo, la saciedad del hambre y la serenidad del canto, que relaja su cuerpo y su espíritu.
¿No te pasa lo mismo cuando estás en la intimidad del templo?
Cuando entro a cualquier templo, en cualquier lugar, y me siento en los bancos del fondo, miro al sagrario y me traslado inmediatamente a mi capilla de Lourdes en mi colegio. Siento la calidez, la saciedad y la serenidad de estar en casa.
Vuelvo a ser niño otra vez, en los brazos de mi madre.
Dónde la ciencia se esfuerza por demostrar, la Fe nos permite experimentar.
Al amor de Dios se llega desde el amor humano.
Al perdón de Dios se llega por la experiencia liberadora de perdonar.
Al convencimiento de la resurrección se llega por la manera en que viven los que creen en el resucitado.
Felices los que creen sin ver, se puede leer también: Felices los que ven como se aman los que creen.
Por eso la Bienaventuranza del resucitado se puede leer como una bendición y una misión: que otros puedan creer por el modo en vives tu Fe.
Él, que murió y resucitó para salvarnos, te bendice y te dice: espero que seas Feliz y puedas creer sin ver.
Un abrazo a la majada
Ernesto
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