El Sábado Santo estaba meditando frente a la Cruz. Cada vez que la veo pienso en las múltiples formas y colores que tiene la Cruz:
La forma de billete para el avaro y codicioso.
La forma de texto sagrado para el fanático religioso.
La forma de símbolo ideológico para el fanático ateo.
La forma interrogación para el racionalista escéptico.
La forma negación para el ateo.
La forma de sexualidad desvirtuada para el pornógrafo.
La forma de… (podés agregar la tuya propia)
De las múltiples formas de la Cruz, hay una en la que me quedé reflexionando ese sábado y es la Cruz como reflejo de dos injusticias: la Cruz especular.
Imaginemos por un instante que el Gólgota es el vértice de un ángulo cuyo punto nace en el Corazón traspasado del Cristo (Perdónenme, pero me formé en el Colegio del Sagrado Corazón). En ese punto preciso convergen dos líneas de injusticia: por un lado, desde abajo, impacta la injusticia egoísta de los hombres que creen crucificar a otro hombre justamente y no saben que están crucificando al mismo Dios hecho hombre injustamente; por otra parte, desde arriba, es iluminada por la injusticia amorosa del Padre que brinda perdón, reconcilia y afilia al género humano en el Hijo.
Son luces de distinta magnitud e intensidad, por eso requieren del Hijo que amplifica esa injusticia amorosa en su propia súplica y en su propia obediencia hasta la muerte.
Esa Cruz que se eleva en el monte refleja a la perfección estas dos líneas convergentes. Al elevarse pone en evidencia todas las injusticias que los hombres son capaces de cometer: exponiendo sucesivamente las categorías: traición, tortura, limitación la libertad y muerte.
Todas las injusticias van a ingresar en alguna de estas categorías, defraudación de la confianza, padecimiento para sobrevivir, agonía de no poder crear, hablar o desplazarse y la muerte del otro cuya vida nos parece intolerable o despreciable.
La Cruz se eleva en el horizonte poniendo ante nuestra vista lo que somos capaces de hacer con un hombre justo.
Por otra parte, refleja el infinito amor de Dios por su Hijo que muere y en Él por todos sus hijos que han sido llevados a ese extremo.
Pero también, y allí es dónde esa luz muestra la injusticia amorosa del Padre, que como dice el Papa Francisco es un Padre nos ama con amor de Madre, por todos sus hijos malhechores. Devolviendo con amor el odio, con paz la guerra, con perdón la ofensa, con servicio el oprobio, con mansedumbre la tortura, con lealtad la traición, con sabiduría la ignorancia, todo con Cristo, por Él y en Él en la agonía de la Cruz.
Nuestro Pastor ha insistido desde el principio de su pontificado en la prédica de la Cruz. Un cristianismo sin Cruz es ideología.
Es la Cruz lo que muestra que nuestra Fe es sacrificial, nuestra Esperanza es memoriosa y nuestra Caridad se ve en la pequeñez de la cotidianidad.
Nuestra Fe es sacrificial porque es al mismo tiempo Don y Ofrenda, como Cristo en la Cruz. No creemos en algo. Creemos en Alguien. Y al creer en Él todo tiene sentido. El dolor, la muerte, la enfermedad, la soledad, el pecado son situaciones que nos llevan a ofrecerlas para que el Alfarero transforme por obra de sus manos la arcilla en carne y nos humanice.
Nuestra Esperanza es memoriosa, tres signos ponen en evidencia la resurrección del Cristo: nos explica las escrituras, comparte el pan y nos muestra sus cicatrices. Cada vida es única por que fue, por lo que es y por lo que será, en toda la eternidad.
Nuestra Caridad es minimalista. Lo que hiciste al más pequeño, lo que hiciste sin que nadie te viera, lo que hiciste sin que tu otra mano lo supiera, los pocos panes y peces que posees, los únicos centavos que tienes. No es un espectáculo, es un acto de cuidado al más vulnerable y más pequeño. Es lo que lleva luz en la oscuridad del miedo, el frío, el hambre, la desnudez, la cárcel y el hospital. Esas candelas de amor al prójimo iluminan más que los espectáculos deslumbrantes, que muchas veces enceguecen.
En esa Cruz especular por cada rayo de injusticia finita que clama al cielo hay uno de misericordia infinita que convierte al hombre.
Misericordia que sólo necesita que reconozcamos la Luz en la oscuridad de nuestras vidas para que nuestros ojos puedan ver al Hermano en los hermanos, al Viviente en los murientes y Amor que nos salva en el Resucitado.
Un abrazo a la majada
Ernesto
Foto de David Dibert en Pexels
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