Las metáforas que usa nuestro Señor para educarnos sobre el Reino de Dios son muy variadas con respecto a las tareas de quienes ejemplifican y revelan la intimidad de Dios: padres, hijos, amas de casas, pastores, comerciantes, recaudadores de impuestos, prostitutas, constructores, carpinteros, sembradores, cosechadores, viñateros, terratenientes, mozos de fiesta, maestros de ceremonias, cocineros, administradores, médicos, abogados, políticos, maestros y estudiosos, están todos representados, pero hay una de las representaciones de Dios, el Reino y nuestra vida que a mi particularmente me fascina y es la de los navegantes o marineros.

Me encanta imaginar a estos hombres hablar de la vida y de la mar, la pesca, las redes, la barca, el ancla, las estrella, los vientos, las aguas, el clima, no sólo como una experiencia de su trabajo o manifestación de sus saberes sino, sobre todo, como una invitación a la aventura (como espíritu vital) para salir a recorrer el día (como tiempo presente) y el mundo (como espacio abarcable) con el anhelo de volver a puerto sanos y salvos, pero con el firme convencimiento de que lo imprevisto está, literalmente, a la vuelta de la esquina y que nuestras fuerzas no son suficientes para dominar el navío.

         Es notable que mientras hay consejos más o menos claros de etiqueta (no elijas el primer lugar), de cocina (la harina y el fermento), de organización de la fiesta (no se deja el buen vino para el final), de construcción (sobre qué tipo de suelo elevar la casa) hay pocos consejos de navegación. Por eso me voy a tomar una licencia, voy a tomar la puerta estrecha como un consejo para navegantes. Es una indicación para cuando tengas dudas.

            Uno debe imaginar situaciones en las que tiene varias puertas de acceso, las hay magnificentes, relucientes, enormes, protegidas con centinelas y con fosos, uno tiende a creer que por ser la más elegida es la más importante, pero es posible que sea simplemente una ilusión. En cambio, la más pequeña, como dice mi hija Lourdes: es “la puerta de servicio”, o sea, la que conduce directamente al corazón de la casa, a la cocina, al hogar: dónde se cuece el alimento, se recuperan las fuerzas y se accede a la intimidad de la vivienda.

            Esa puerta estrecha es la que nos permite entrar con menos lastre: nosotros, la barca y casi nada más. Allí con los muros al alcance de la mano es dónde las aguas turbulentas nos guían, como un canal nos lleva directamente a la bahía serena, dónde nos espera el Señor:

 

            No somos muchos: “Te quiero sólo a ti”, dice el Señor

            No tengo casi nada: “Sólo tu corazón quiero”, dice el Señor.

            He dudado y he temido: “Yo soy el camino”, dice el Señor

            Estoy sucio y en harapos: “Yo te lavaré y vestiré”, dice el Señor.

            Estoy cansado y hambriento: “Bienaventurado porque serás saciado”, dice el Señor.

            No tengo fuerzas: “Mi yugo es suave y mi carga liviana”, dice el Señor.

            Soy un pecador: “Tus pecados te son perdonados”, dice el Señor.

           

Si comprendiéramos la claridad de la indicación veríamos que la puerta estrecha es liberadora:

deja todo lo que sobra y no necesitas,

el día es hoy,

el momento es ahora,

la dicha es hacer lo que está bien,

la alegría está en servir,

el don que crece es el que se da,

la semilla que crece es la que muere,

lo valioso es la vida que te regalan cotidianamente,

la salud que no se compra y

el amor que no se merece.

 

¿Cuántos van a perder la vida frente a la puerta de un banco por un papel pintado? La puerta es grande, luminosa y atractiva, pero la trampa es mortal.

¿Cuántos van a perder la vida frente a una clínica formidable de estética que promete una juventud eterna? La fachada es atractiva e impoluta pero vana.

¿Cuántos van a elegir el poder, el placer y el poseer como sustitutos del servir y el amar para descubrirse al final de vida solos, abandonados y desolados?

Ahí en ese momento el Señor vuelve a decirnos, todavía tenés una oportunidad: la puerta estrecha.

Ahí todavía con un golpe de timón podés darlo todo, lanzar todo el lastre y elegir el camino que te lleve a Él. Hasta el último aliento de vida Él nos ama y nos espera detrás de la puerta.

Un abrazo a la majada

Ernesto