Se han cumplido diez años del pontificado del Papa Francisco y desde mi perspectiva hay tres características sobresalientes de su catequesis: el espíritu de la pobreza, la revelación de la misericordia y la lucha contra la indiferencia.

Esas características son las que definen la relación entre el hombre y Dios y los hombres entre sí.

Analizaremos estas tres condiciones.

El espíritu de la pobreza es uno de los signos de nuestro Pastor.

Todo en él encarna ese espíritu.

 

Desde la elección de su nombre, 

el lugar en el que habita, 

la manera de vestir, hablar y comportarse,

todos sus actos trasuntan la libertad de la pobreza.

 

Tiene sólo lo necesario. 

El resto es superfluo o redundante.

El Papa Francisco encarna la bienaventuranza del pobre de espíritu. 

Cuando leemos su catequesis sobre esta bienaventuranza, nos hace ver, con razón, que nuestro Salvador al agregar "de espíritu" al sustantivo pobre quiso decir algo más que la simple carencia de bienes.

¿Cuál es entonces la clave en que debe ser interpretada esta buenaventura?

Todo el Evangelio es anuncio de libertad, la buena noticia es liberadora. ¿Cómo puede entonces articularse pobreza en clave de libertad?

Lo haremos desde la perspectiva que nos enseñó nuestro pastor:

 

La pobreza es unitiva

Mientras la riqueza muestra cuán distintos somos cada uno: nos adornamos, acicalamos nuestras viviendas, pagamos costosas cirugías estéticas y otros afeites, la pobreza nos muestra en nuestra esencial desnudez. 

Somos esto que somos y nada más. Como reza el dicho "Aunque al mono lo vistan de seda..." 

Los que practicamos la medicina sabemos que un paciente desnudo en la camilla es un pobre enfermo, poco importa que en su vida social, política, educativa o económica, sea sobresaliente, en su humilde humanidad el millonario y el pobre de solemnidad son iguales. 

 

La pobreza es realista

El pobre es carente y por eso es consciente de sus limitaciones.

El pobre es deudor y por eso es agradecido por los dones.

El pobre sólo tiene para ofrecer su propia vida y su tiempo, por eso es rico a los ojos de Dios.

La riqueza nos hace creer que los medios pueden intercambiarse, no doy mi tiempo pero doy dinero; no doy mi vida pero presto mi imagen; no me comprometo en el cuidado del otro pero cumplo la ley.

Nada de eso reemplaza tu persona. 

El dinero, la imagen o la ley no son vos. 

Dios te ha creado y te ama en forma personal y total. 

No espera menos de tu amor a los hermanos.

 

La pobreza es total

Somos pobres en lo físico: vulnerables, enfermables y mortales. 

Somos pobres en el espíritu: ciegos, insensibles e ignorantes.

Nuestras capacidades son limitadas y nuestro entendimiento falible.

Salimos a navegar cada día tomando el timón de esta cáscara de nuez, que llamamos cuerpo, con la ilusión de llegar a buen puerto, de volver con una buena pesca, de reencontrarnos con las personas que amamos. Pero es una cáscara de nuez, el mar es insondable y los vientos impredecibles. 

 

Tenemos celulares 

para permanecer incomunicados; 

tenemos GPS 

para amanecer perdidos 

y tenemos canales del tiempo 

para seguir sorprendiéndonos. 

 

Estamos un poquito mejor que ayer, decía la luciérnaga atraída entonces por las velas y hoy por la bombilla de luz. 

Si algo demostró la pandemia que azotó al mundo es que debemos tenernos miedo: 

nuestra soberbia que no la previó ni la creyó hasta que los muertos se amontonaban, sigue siendo igual; 

nuestra avaricia que hizo pingües negocios con la vacuna: sigue siendo igual. 

Si hubiéramos aprendido, habríamos cambiado. Las guerras serían lejanas y el cambio climático enfrentado de un modo más razonable y justo. 

Tuvimos la oportunidad de comportarnos de un modo diferente, aprender de un modo doloroso y recordar de un modo indubitable. 

Por eso me parece que hay en el mundo una fuerza latente e imparable. Todos los pobres que perdieron un familiar querido por la soberbia o la avaricia no deberían dejar de hacer esfuerzos por hacer oír su voz y mostrar su pobreza, su dolor, su soledad y su angustia. 

Nada ni nadie les devolverá la persona amada que se fue, pero puede no haberse ido en vano si su testimonio logra cambiar a los demás. 

Siempre preferimos no ver, olvidar, no escuchar, a veces sólo el dolor nos hace tomar conciencia de nuestras carencias.

 

La pobreza es atemporal.

Mientras la riqueza es temporal, transitoria, efímera y relativa, la pobreza es atemporal, permanente, esencial y absoluta. 

La pobreza nos acompaña toda la vida. Cuánto más tenemos más deseamos. Cuánto más comemos mayor será la gula. Cuánto más vivimos más tememos morir. Cuánto más sabemos más ignoramos. 

Sólo el amor crece con la entrega, se enriquece cuando damos, se sacia con el ser amado. 

Todo lo demás evidencia la carencia de lo que se adquiere, la insatisfacción de lo que se obtiene y la futilidad de lo que se espera.

La pobreza es esencial: somos pobres, nos cuesta reconocerlo y lo negamos, pero nuestros huesos nos lo dicen cada día.

Nuestra pobreza es absoluta. Porque en el fondo eso es lo que anhelamos, la sed de absoluto. Allí yace nuestra radical pobreza, en el hambre de eternidad que sólo puede ser saciado por Dios.

Allí aparece la segunda característica del Pontificado del Papa Francisco. 

 

La infinitud de la Misericordia paternal de Dios que nos ama como una madre y nos protege con su amor, su ternura y su proximidad.

El Papa Francisco ha desarrollado con una enorme profundidad la teología de la misericordia y la antropología de la proximidad.

Allí se encuentran la criatura pobre y el creador misericordioso. 

Tan misericordioso, que nosotros nos cansamos de pedir perdón antes de que Él se canse de perdonarnos.

Un amor que se anticipa al encuentro, un Padre que conoce nuestras necesidades y nos habla al oído y con ternura.

Esa revelación del Papa Francisco de que Dios es un Padre que nos ama con corazón y palabras de Madre, representa para mí la quintaesencia de la misericordia, de ese corazón que se aproxima al nuestro para encenderlo, protegerlo y cobijarlo. 

Eso explica porque hace salir el sol sobre buenos y malos, porque deja que la cizaña crezca junto al trigo, porque siembra dónde la semilla no va a crecer, porque viste los lirios con mayor brillo que Salomón, porque clama que perdone a quienes le están matando... Son mis padres, mis hijos y mis hermanos... eso grita el Cristo en la Cruz al Padre que mira y ama con todo su espíritu.

No es el dios de los contadores, que piensan que lleva un libro con aciertos y errores. 

No es el dios de los Ingenieros que piensan que son los éxitos los que abren el camino.

No es el dios de los poderosos que piensan que son los logros los que hacen agradable la ofrenda. 

Es el Dios de la viuda, 

del huérfano, 

del Samaritano, 

de los pescadores y de los pecadores, 

del que no teme la burla por subirse a un árbol a verlo, 

o del ciego que responde con sorna a los que le interrogan o grita al costado del camino para poder ver, 

o de los que acuden a escucharlo sin alforjas ni comida, 

o tienen tanta Fe que una palabra suya es suficiente, o lloran y sufren al costado del vía crucis, 

o están bajo la cruz agonizando con el condenado. 

¿Cuándo Señor te vimos? 

Cuando viste al más pequeño. 

Y ese es el tercer punto sobresaliente: la fortaleza en el compromiso.

No teme caer, ni teme mancharse. 

El Pastor sale al encuentro del que está en los márgenes, del que no tiene voz ni es escuchado.

Habla con la autoridad del que piensa lo que hace, siente lo que piensa, y hace lo que siente. Esto es lo que nos dijo a los educadores y como educador lo pone en práctica. 

Sus gestos hablan tanto como sus palabras. 

Nos ama a todos pero su misión está en ir al encuentro del que está sólo y desamparado.

La caridad y el servicio, se han puesto en evidencia en cada minuto de su vida y a eso nos compromete cada día. 

 

Salgan. 

Caminen. 

Actúen. 

Dialoguen. 

Abran espacios. 

Tiendan puentes. 

Superen diferencias. 

Cierren abismos. 

 

Nos lo dice en cada homilía, catequesis, exhortación o encíclica.  

No dejen que el pasado limite al futuro. 

Superemos las diferencias por arriba.  

Pongamos en marcha procesos. 

Veamos la totalidad y no la parte.

Dejemos que el tiempo actúe.

Mantengamos siempre la unidad. 

Seamos realistas.

Luchen contra la globalización de la indiferencia. 

Vivan la alegría del anuncio de la Buena Nueva.

 

Durante diez años ha afirmado y reafirmado su compromiso para que seamos una comunidad de hermanos.

Si la pobreza es el centro de su Fe. 

Si la misericordia es el norte de su Esperanza. 

El compromiso es la manifestación viva de su Caridad.

Eso le da alas a la pobreza, aire a la misericordia y raíces a la caridad. Para que podamos cuidar desde el planeta hasta el dormitorio; desde el nonato al agonizante; desde el paupérrimo al millonario, sin distinción alguna, siendo hermano sólo por ser humano.

Cada día es un regalo de Dios para poder escucharlo y llevarlo a la práctica.

Un abrazo a la majada

Ernesto