En la reflexión pasada sobre la parábola del buen Samaritano analizamos los rodeos de los buenos y nos enfrentamos a tres hombres buenos: un hombre de Dios, un hombre de Leyes y un hombre de Proximidad, y como la proximidad es la que salva al herido. El núcleo de la parábola es la proximidad como respuesta de Dios a la oración del sufriente, respuesta primera, anterior y universal que está por encima de las normas o leyes, ya que las hace innecesarias.
En eso radica la universalidad del catolicismo.
Hemos visto la proximidad inmediata, la que auxilia, sin rodeos al otro. Sin conocerle, sin pedirle papeles, sin permitir que ningún accidente lo separe.
Hoy te invito a reflexionar sobre el principio y el final de la parábola. Los asaltantes y el posadero.
Te cuento una intimidad, esta reflexión es consecuencia de la observación de mi Pastor, quien me escribió muy gentilmente: “Dos personajes quedan de lado cuando meditamos esa parábola: los asaltantes y el posadero. Muchas veces me pregunto: ¿Qué habrá sido de la vida del posadero?”. Eso disparó estas líneas.
Tiene razón.
Los asaltantes y el posadero representan la respuesta polar de nuestra sociedad a los problemas del mundo.
Unos tratan de aprovecharse violentamente del desvalido, serían la antiproximidad. Siguen viviendo de cacería, 24 horas por día, siete días a la semana. Están buscando presas: a veces actúan por oportunidad, es azarosa la maldad y otras veces seleccionan por blanco, estudian la presa y esperan sigilosamente para dar el golpe.
El arte de los asaltantes es el camuflaje. Esa capacidad camaleónica de pasar desapercibidos; la inteligencia es seleccionar el botín y la habilidad suprema es escapar ilesos.
No importa si son asaltantes al borde del camino a Jericó o están sentados en una mesa de negociaciones en Ginebra.
No importa si la víctima es una desconocida que bajaba de Jerusalén a Jericó o es un país entero, de una región cualquiera.
La actitud del asaltante es la del depredador. La eficacia es la velocidad mortal. El éxito, como en el juego de la perinola, es “me llevo todo”.
En la parábola emplean el plural. Son muchos o al menos varios.
Pareciera ser una solución tentadora.
El problema de los asaltantes es que carecen de sensibilidad moral, o al menos han anestesiado la conciencia, lo cual los lleva paulatinamente a causar más daño y no construyen futuro: el final del juego es la soledad, uno gana y los demás mueren.
Al final de la parábola, está la actitud contraria: el posadero.
En primer lugar, es uno sólo.
Es decir que esta actitud parece tener menos adeptos. Mientras hay asaltantes en plural hay posadero en singular.
En segundo lugar, el posadero ha invertido su tiempo en construir un espacio para los demás.
¿Te imaginas los sueños que te llevan a elegir el lugar para una posada?
¿Será un cruce de caminos, dónde concurra mucha gente, buscando un reposo rápido, una comida sustanciosa, un aposento accesible a un presupuesto modesto?
¿Estará retirado, buscando un momento de tranquilidad y reflexión para un alma atormentada? ¿Será tranquila y silenciosa o ruidosa y vital?
¿Cómo será la vista para el transeúnte, hacia dónde mirará la entrada, como serán las habitaciones?
En fin, antes de que haya nada, todo lo va creando en la mente el posadero:
sueña con sus muros antes de levantarlos,
huele su cocina antes de encender los fuegos,
se cobija en sus habitaciones antes de construirlas.
La posada, cada posada es, antes que un negocio, la expresión de un sueño, de un anhelo, la creación de un ámbito de encuentro.
Nuestro Pastor, y no es un accidente, vive en una posada: “Santa Marta”.
Porque eso es una posada, el hogar de los que están de tránsito.
La casa de los viajeros. Cada posadero hace suya esa parte del mundo fuera de su hogar. Volvemos allí dónde nos hemos sentido cuidados.
Ahora volvamos al posadero.
Luego de soñar, empeña su esfuerzo y dinero en levantar la posada y ganarse la confianza de los visitantes.
Eso refleja la actitud del Samaritano que lleva al herido. Sabe que no va a ser rechazado.
Imagino la sorpresa del posadero cuando ve llegar la cabalgadura con el herido encima y el samaritano llevando las riendas.
Salir al encuentro, ayudarle a bajar al herido, seguramente inconsciente. Llevarlo a un lecho. Curar nuevamente sus heridas. Preparar un poco de comida y unas vituallas para pasar la noche.
A la mañana siguiente, desayunar y recibir el encargo y el crédito. Dejo en tus manos el herido, para que le cuides, y te dejo un adelanto por los gastos, si gastas más cuando vuelva te los pago.
¡Qué confianza la del Samaritano! ¡Qué buen hombre debía ser el posadero!
Lo interesante de esta figura de la proximidad universal que representa el posadero, es que Jesús, el relator de la parábola, nació en un pesebre, porque José y María, a punto de dar a luz, no encontraron lugar, las posadas estaban llenas. ¡Cuánto deben haber extrañado no tener la suerte siquiera del herido!
Nuestro Pastor ha escrito una gran Encíclica sobre el posadero: la Laudato si. Nuestra casa común deberíamos tratarla como una gran posada, cada uno en su pequeña parcela, deberíamos hacerla un lugar de encuentro, de seguridad, de cuidado, para todos aquellos que nos necesiten y para quienes nos preceden y suceden.
Todos tenemos nuestra pequeña parcela: tu trabajo, tu auto, tu consultorio, tu confesionario, tu casa, tu aula, tu puesto de guardia, tu turno de enfermería, tu juzgado… todos podemos ser posaderos en nuestro pequeño lugar en el mundo, en Jericó o aquí a la vuelta ¿Nos animaremos?
Un abrazo a la majada
Ernesto
Foto de Dmitry Zvolskiy
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