El mundo moderno es democrático, polifónico, multiétnico, multicultural, dinámico, cambiante y superficial.
El mundo moderno es injusto en la generación y en la distribución de la riqueza.
El mundo moderno trata a algunos seres humanos como eran tratados los dioses de la antigüedad y a otros en cambio peor que a las mascotas.
El mundo moderno es un mundo de relaciones fluidas y compromisos débiles.
Sin embargo, es un mundo que ha martirizado más cristianos en un siglo que en todos los siglos anteriores de la historia de la Iglesia.
¿Por qué esa gente, nuestros hermanos, prefirieron morir antes que abjurar?
¿Qué los hizo preferir el martirio a negar su Fe?
Su testimonio nos urge a revisar el nuestro, y su compromiso y adherencia a su Fe nos convoca a revisar nuestro compromiso y nuestra Fe.
Les propongo analizar nuestra Fe en cuatro capítulos que iré publicando semana a semana. Comencemos.
Lo primero que llama la atención de nuestra Fe es que es la Fe en una persona: Jesús, el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, el Dios encarnado, el Resucitado. El fundamento de nuestra Fe.
Creer en Él es comprender que Dios es indómito. Siempre tiene un grado de libertad que es sorprendente.
El sol sale sobre buenos y malos. Los labradores cobran lo mismo por un jornal completo que por pocas horas. Los últimos son los primeros. La viuda y el huérfano, las prostitutas y los pecadores, las ovejas perdidas y las dracmas que faltan, tienen prioridad en su reino sobre los opulentos, poderosos, saciados y tranquilos.
La Cruz es un enigma que escandaliza siempre, pero es también puerta, altar, lecho, oración y grito agonizante de dignidad.
El encuentro con El Señor es el que cambia nuestra vida.
“Sólo el que experimenta el amor de Dios siente lo que es ser amado.
Sólo el que experimenta la misericordia de Dios siente lo que es ser perdonado.
Sólo el que experimenta la gracia de Dios sabe lo que es ser bendecido.
Sólo el que experimenta la providencia de Dios sabe lo que es ser cuidado.”
Es esa experiencia de Dios lo que hace que lo dejemos todo para seguirle. Que ningún tesoro se le compare y que ni nuestra propia vida tenga sentido si le perdemos.
Foto de Maurício Eugênio en Pexels
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