La parábola del rico epulón y Lázaro, paupérrimo (Lc 16, 19-31), hambriento y enfermo, pone en evidencia el pecado de la indiferencia en tres lecciones.
La primera lección es que la indiferencia de los hombres no es la actitud de Dios. Para el rico, el pobre que está a su puerta es invisible, no así para Dios, Él está viendo lo que sucede, se abstiene de actuar pero no de observar. Para el rico Lázaro es un desconocido, no así para Dios, para Él tiene nombre, es decir ha sido llamado a la vida por Dios y tiene la misma dignidad que cualquier otra persona ¿Cómo compatibilizamos el amor de Dios con su inacción? ¿Porqué si lo identifica y conoce de sus padecimientos Dios no actúa? Ese es un misterio para el que no hay más solución que la Fe. Desde mi perspectiva Dios no actúa porque espera hasta el último momento que actúe el hombre rico. Las necesidades de nuestros hermanos son oportunidades que Dios nos da para que actuemos nosotros, eso refleja el capítulo XXV de San Mateo y la oración de San Francisco. La construcción del Reino comienza en la percepción de que podemos y debemos hacer algo para que nuestros hermanos padezcan un poco menos, siempre y no tenemos que alejarnos mucho. Sólo debemos abrir los ojos.
Si la primera lección tiene que ver con la inacción de Dios ante las inequidades del mundo, la segunda lección tiene que ver con la “injusticia” de Dios. No se han distribuido los bienes de la misma manera. La solidaridad y la caridad empiezan en la percepción de que los bienes que nos han sido dado, no se nos han dado a todos de igual manera. La diversidad de dones y caracteres es una condición de la creación. El poco o mucho éxito que tengas en tu vida, depende en parte de tu esfuerzo y en parte de la suerte, pero aún tu esfuerzo depende de la lotería de genes, familia, educación, estímulos, alimentación y tiempo en el que te ha tocado nacer y vivir. Nada de eso depende de ti. El problema del liberalismo es que ninguno empieza de la misma manera que otro. Esas ventajas que terminan cargando los dados de la suerte, tienen una sola manera de compensarse, con la generosidad, la caridad, la solidaridad. Las “injusticias” de Dios y la vida se compensan con la fraternidad. Tu descanso no puede ser completo si un hermano está en la intemperie; su saciedad no puede ser completa si un hermano padece hambre; tu confort no puede ser completo si un hermano padece frío; tu felicidad no puede ser completa si un hermano está solo; tu justicia no puede ser completa si las cárceles no son dignas; tu salud no puede ser completa si no te enferma que un hermano no tenga remedios. No está mal que el rico banquetee, está mal que lo haga mientras Lázaro pasa hambre a su puerta. Esta “globalización de la indiferencia” como dijo nuestro Pastor, empieza por creer que es sólo gracias a nuestro esfuerzo y nuestra pericia los logros de nuestra vida. Muchos hermanos nuestros han recibido menos. Es nuestro deber velar por ellos.
La tercera lección, luego de la “inacción” y la “injusticia” divinas es la de la oportunidad y las razones del cambio. El tiempo es hoy y aquí. Mañana puede ser tarde. El cambio debe producirse en el momento presente, es cuando te va bien el momento de pensar en el que le va mal; es cuando posees la riqueza que debes compartirla; cuando tienes comida debes saciar al hambriento; cuando tienes vestido debes cubrir al que está desnudo; cuando estás libre debes visitar al encarcelado y cuando estás sano debes ir a acompañar al enfermo. Ese tiempo que compartes con el que menos tiene es el tiempo del reino. Así se construye un hoy y un mañana mejor.
Es interesante a la hora de pensar en las razones para cambiar, que el rico es buena persona, comprende que el abismo insalvable y eterno, que sólo puede ser cruzado por las palabras, no es un destino inevitable. Piensa que, si un muerto resucita y vuelve a contarles a sus hermanos la realidad de las postrimerías, éstos pueden cambiar. También aquí la parábola se adelanta y se hace profética, sólo creerán si vuelven a la revelación. Nosotros somos los hermanos del rico, nosotros somos a quienes El Resucitado ha venido a contarnos lo que va a suceder. Nosotros somos los destinatarios de la parábola. ¿Seremos capaces de cambiar?
Un abrazo a la manada
Ernesto
Foto de Ave Calvar Martinez
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