La maravilla de la comunidad eclesial

 

Nuestros juicios frecuentemente tienen el sesgo dilemático. 

Esto significa que nos resulta relativamente simple optar entre dos alternativas y tendemos a reducir los problemas (realidades complejas con múltiples alternativas) a dilemas (realidades simplificadas con dos alternativas).

Blanco/Negro. Bueno/Malo. Útil/Inútil. Correcto/Incorrecto. Derecha/Izquierda. Son dilemas con los que nos sentimos cómodos. Por eso encasillamos la realidad, encorsetamos las soluciones y etiquetamos las personas. 

El problema es que la realidad compleja, poliédrica, como le gusta decir a nuestro Pastor, es más rica, más fructífera y más realista. 

Esto se aplica a cualquier realidad humana y nuestro Señor no ha querido que fuera diferente para la comunidad eclesial. 

La Iglesia es rica en diversidad y firme en la unidad. 

Ese es el sentido de la metáfora del cuerpo de San Pablo, cada parte de nuestro cuerpo es diferente, cada órgano es diferente, cada célula es diferente. 

Sin perder su originalidad e identidad, todas funcionan como un todo aportando lo que mejor saben y lo que mejor hacen: “el todo es superior a las partes” sostenía nuestro Pastor, porque ninguna parte puede hacer lo que hace la totalidad de ellas.

Nuestra diversidad es una fortaleza. 

Nuestras diferencias nos aproximan más a la verdad. Cada mirada, cada voz, aporta algo.

Nuestras discrepancias convocan al ejercicio de la humildad y la caridad. Todos podemos aprender del otro.

Por eso es bueno empezar por comprender qué tenemos en común. 

Lo primero que nos hace uno es que somos todos pecadores. 

Del primero al último. De tal manera que no hay entre nosotros nadie capaz de tirar la primera piedra si es honesto.

Lo segundo es que somos todos deudores. 

Dios nos amó primero y no porque lo merezcamos, pues ninguno de nosotros ha hecho méritos para ser amado. Hemos sido amados incondicionalmente por un Padre que nos afilió por el sacrificio del Hijo que nos redimió con su sangre y nos mantiene unidos por la gracia del Espíritu que habita entre nosotros.

¿Qué mérito hemos hecho para recibir la vida, la inteligencia, la salud, el perdón o la gracia? Ninguno. 

Lo tercero es nuestra conciencia del regalo de la Gracia.

Esa conciencia se expresa en el amor concreto a nuestros hermanos, por encima de nuestra propia vida. 

A quien mucho se le perdonó mucho amó, dice el Señor ante el frasco de perfume derramado y las lágrimas de la adúltera. Ella tiene conciencia de que es una simple pecadora, igual que el Samaritano al fondo del templo, el leproso que ha quedado limpio, el ciego que ha visto por vez primera la luz, la madre que ha recuperado a su hijo vivo, el pródigo que ha vuelto al hogar o el crucificado a la derecha del Cristo que esa misma tarde gozará de lo que anhelamos. 

Si nuestra Fe tuviera tan solo el tamaño de un grano de mostaza, nos obedecerían hasta las higueras y yo creo que, si tuviéramos un mínimo de conciencia, nos avergonzaríamos cotidianamente de nuestros juicios y prejuicios contra nuestros hermanos.

Por eso la guía de nuestros actos debe ser la caridad. 

Esa es la brújula que debe guiar nuestros pensamientos, nuestros deseos y nuestras acciones. 

En la reciente catequesis sobre el discernimiento nuestro Pastor ha desarrollado este tema en forma estupenda. Poner nuestro corazón, nuestro cerebro y nuestros músculos al servicio de la caridad, eso es reconocer la unidad íntima de nuestra comunidad. 

Lo demás sólo es riqueza. Opinar distinto. Orar distinto. Cantar distinto o descansar distinto, es aportar un grano de armonía, belleza o razón al mosaico de sabiduría común.

El ejercicio de la oración, el silencio, la prudencia y la obediencia, forman parte de la manera en que las piezas se unen y dan forma a la figura total de la comunidad. 

Las vacaciones son un buen momento para ejercitarnos en esas prácticas, saliendo de los requerimientos laborales y la infoxicación (intoxicación de la información) cotidiana, es bueno, retirarnos un instante para agradecer la comunidad a la que pertenecemos por la gracia del bautismo, la sangre del justo y el pan que compartimos.

Cuidarnos es una forma excelsa de amarnos y amar a los demás.

Un abrazo a la majada

Ernesto

 

 

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