El nombre de Dios es misericordia, dice nuestro Pastor. Uno de los nombres del Reino de Dios es Paz. Una de las claves de la Paz es la conversión personal. La paz se construye a partir de Bienaventurados que la buscan y, que muchas veces, son perseguidos. La paz nace del corazón del hombre. El Vía Crucis es un camino al corazón mismo de Cristo y una manera de construir la paz entre los hombres.

Este Viernes Santo te invito a que lo recorras pensando en la paz. En la paz minúscula que empieza en tu corazón, sigue en tu familia y culmina en la paz entre las naciones. Es del corazón del hombre dónde nacen la envidia y la guerra, es también del corazón convertido del hombre dónde nace la paz. 

 

Primera estación: Jesús es condenado a muerte.

 

El padecimiento sereno de las injusticias, por practicar nuestra Fe,  forma parte de la construcción de la paz.

Él sabe que va a ser condenado. No lo sabe aún el juez, tampoco la muchedumbre, pero Él lo sabe. 

¿Por qué toleras, Cristo, este atropello a tu persona y a tu dignidad? La clave la dará San Pablo: si por la desobediencia de Adan entró el pecado y la muerte, por la obediencia de Cristo se restaura la Gracia y la vida.

La construcción de un mundo más justo es la lucha contra toda injusticia. La construcción de un mundo más pacífico es la opción personal a padecer una injusticia antes que a infringirla.

¿Esto es darle derechos a los tiranos, a los déspotas, a los perversos, a los manipuladores? No. Esto es poner en evidencia que las injusticias que padece otro son más intolerables que las injusticias que padecemos nosotros y que la Cruz se eleva como evidencia de la injusticia de los poderosos.

Todos y cada uno de nosotros en algún ámbito es Poncio Pilatos. 

Todos en algún momento tenemos un pobre Cristo al que podemos condenar o salvar. 

Todos alguna vez hemos sido injustos. 

Por todos mis hermanos a quienes he condenado injustamente. Te pido perdón.

 

Segunda estación: Jesús carga con la Cruz.

 

La tentación a una Fe que excluye la Cruz es muy fuerte en el mundo moderno. ¡Qué misterio grande el de la Cruz! Cuánto más claro es un Dios todopoderoso que un Dios crucificado. Cuánto más luminoso es el misterio de la vida que el de la muerte. Cuánto más evidente es el Dios de la abundancia que el de la carencia. El de la alegría que el del dolor. El de la luz que el de la sombra. El Dios de las respuestas que el del silencio.

Jesús, Dios, Todopoderoso, Luminoso. Eternamente vivo. Carga la Cruz. 

La lección más grande de este misterio para mí es el minimalismo universal del encuentro con Dios. 

Dios está en cada instante de nuestra vida. Dios ilumina cada parcela de nuestro ser. Aún los instantes más execrables y las parcelas más oscuras.

En la periferia de un imperio. En un año cualquiera. Al mediodía de un viernes común y corriente. Sin más testigos que los habitantes de una comarca intrascendente. Un rabino errante, despreciado, abandonado y torturado, toma su Cruz… y cambia la historia de la humanidad.

Su cruz, tu cruz, mi cruz. 

Cada uno tiene la propia. 

El orgullo, el poder, el dinero, el sexo, las drogas, la mentira… Las cruces tienen distintas formas, pero todas nos limitan y nos matan. 

La manera de construir la paz es crucificándonos con el crucificado. 

Poner nuestra cruz en sus manos. 

Exponer nuestra cruz a la mirada misericordiosa del Padre.

Por todas las veces que he negado mi cruz. Te pido perdón.

 

Tercera estación: Jesús cae por primera vez.

 

El camino de la Paz es un camino con caídas, con tropiezos, con titubeos. 

Confiar y ser engañado. 

Ilusionarse y ser desengañado. 

Son movimientos constantes de este camino.

Nuestro Pastor ha marcado cuatro tropiezos frecuentes: la tentación del espacio sobre el tiempo; la tentación de las ideas sobre la realidad; la tentación de la parte sobre el todo y la tentación de la discordia sobre la unidad. 

Cada una de estas caídas es olvidar el poder de Dios. 

De Él es el tiempo que permite madurar las conciencias.

De Él es la realidad inabarcable que nos rodea.

De Él es la totalidad.

De Él es la unidad. 

Uno. Todo. Inabarcable y Eterno.

Las caídas son inevitables pero de Él es la mano que nos levanta. La fuerza que nos lleva a ponernos de pié. 

No olvidemos que la vida está en el camino, en el caminar, en el continuar, en el permanecer.  

Por todas las veces que he abandonado el camino luego de una caída. Te pido perdón.

 

Cuarta estación: Jesús se encuentra con su madre.

 

No es un accidente menor que la paz sea femenina.

Dios es un Padre que nos ama con amor de Madre, escuché decir a nuestro Pastor y eso ha quedado rondando en mi cerebro, porque creo que es una verdad muy grande y muy cierta.

En el camino del dolor, la cruz, la agonía, está nuestra madre. La de todos, que es la Virgen y la de cada uno que es la que nos trajo al mundo o nos recibió para educarnos y criarnos.

Qué tarea enorme la de las madres. 

Son sus hijos los que roban y son robados; los que matan y son matados; los que violan y son violados; los que engañan y son engañados. Por cada injusticia cometida por un hijo hay una injusticia padecida por un hijo. 

Pero hay una cosa en las que las madres son expertas irreemplazables. En misericordia  y consuelo.

Todas las veces que has cargado con tu Cruz, has tenido a tu madre en el camino. 

Si los hombres pudiéramos ver con los ojos de una madre el mundo sería un poco más pacífico y más justo. 

¿Es que no nos damos cuenta que el hambre, la desnudez, la enfermedad, la soledad y la muerte, son hijos hambrientos, desnudos, enfermos, solos y moribundos?

Cristo pone el foco en lo concreto, no es un crucificado es un hijo condenado. No es un desconocido, es un hijo amado al que llevan al patíbulo. 

En medio del dolor, la suciedad, el escarnio, el oprobio, el ruido, las bofetadas y las risotadas, aparece como un oasis de paz los ojos de la madre. 

Todo puede ser un caos hasta que cruzas la mirada con ella y en un instante, por un instante, todo cambia.  

Por todas las veces que olvidamos a nuestra madre y por todas las madres a cuyos hijos matamos, te pido perdón.

 

Quinta estación: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz.

 

La paz es una construcción que requiere el sacrificio de todos.

A veces olvidamos que Simón de Cirene también es condenado a llevar transitoriamente el madero. 

¿Se acercó por curiosidad o por accidente?

No lo sabemos. Si sabemos que volvía de trabajar, es decir no estuvo con la muchedumbre que lo condenó. Si lo hubiera condenado quizá sería un acto de justicia que ayude a llevar la cruz al reo, pero él estaba ausente.

También forma parte de ayudar a que el Reino venga aliviar el peso de las cruces de otros, que no colaboramos en poner pero podemos colaborar en tolerar. 

A veces la mejor manera de aliviar el peso de una cruz es simplemente escuchando al otro. En un mundo desesperado por hablar se necesitan cada vez más personas que opten por el silencio y la escucha.

El niño angustiado, el joven desorientado, la mujer agobiada, el hombre solo y el agonizante dolorido, todos ellos pueden ser aliviados si alguien los escucha atentamente.

El Cireneo no habla. No dice nada. Simplemente ayuda al condenado a llevar la Cruz. Le da un poco de dignidad al reo y se hace solidariamente hermano con el que padece injustamente… el reconocimiento de la historia a este extraño solidario es una muestra de lo necesario que es cada uno, de lo importante que es la disponibilidad al auxilio de quien lo necesita. Es una manera de sanar heridas y de calmar dolores.

Por todas las veces que no me he comportado solidariamente te pido perdón.

 

Sexta estación: la Verónica limpia el rostro de Jesús.

 

Las mujeres en el camino de la Cruz son una bendición, siempre. Acompañan, permanecen, consuelan, alivian. 

También una desconocida y un gesto que devuelve la dignidad. Limpia. 

A Él que ha venido a limpiar el pecado del mundo. A El que la luz que habita en las tinieblas. A Él que es el Verbo encarnado. A El que está sucio, sangrante, lacerado, fatigado, dolorido… se acerca esta mujer para limpiar su rostro de los escupitajos, la tierra y la sangre.

Hace brillar su rostro entre nosotros.

La paz se construye cuando vemos el rostro de Cristo detrás de cada persona desfigurada por el dolor, el escarnio, el sufrimiento, la soledad, la tortura.

Cuántas veces somos capaces de continuar con la violencia porque el rostro humano del otro está oculto. 

Cuántas veces podemos destruir la vida del otro porque está lejano y no lo vemos. 

Cuánto más fácil es matar con misiles y con drones que con puñales.

Yo creo que Caín se acercó a Abel por detrás. La piedra sobre la nuca es más fácil que en la cara. 

La proximidad y la transparencia del rostro humano frenan la mano de Caín.

Un gesto de humanidad de la Verónica pone en evidencia la humanidad del condenado. 

Ahí está su rostro, nuevamente limpio, nuevamente El.

Por todas las veces que me he alejado del sufriente, te pido perdón.

 

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

 

La segunda caída siempre duele más que la primera. 

La paz exige esperar a pesar de todo, creer a pesar de todo, confiar a pesar de todo.

Amar a Dios sobre todas las cosas reza el primer mandamiento.

“Todas las cosas”

¿Qué crees que queda afuera?

Tus proyectos, ideas, esfuerzos, pactos, compromisos… cosas.

El camino de la cruz es un camino lleno de sorpresas. Algunas alivian: tu madre, el Cireneo, la Verónica y otras causan dolor y tropiezo.

Caes por segunda vez.

Es en ese momento, el momento de la mayor tentación al abandono. Superaste la primera caída con la esperanza de que sería la única. Ahora tienes la evidencia de que puedes caer de nuevo y aún tienes fuerzas, la próxima te encontrará más débil. Y te preguntas: ¿debo seguir?

Cuando de amar a Dios se trata es: “Sobre todas las cosas”.

Lo interesante es que nuestro Maestro lo equiparó el amor a Dios con el amor al prójimo. 

De tal manera que eso pone en evidencia dos realidades: una es que el prójimo no es una cosa y dos el amor a la persona de Dios y a la persona del hermano es infinito. No hay límite para el sacrificio. ¿Cuántas veces debemos perdonar? ¿Hasta dónde debemos amar? ¿Quién es mi prójimo?

No son preguntas nuevas y en la segunda caída te preguntas: ¿debo seguir perdonando, confiando, esperando?

La respuesta y la fuerza no vienen del hombre, de la carne, de la naturaleza. Por eso la paz es un don, un regalo, uno de los nombres del Reino que pedimos que venga.  

Para eso tenemos que levantarnos y seguir amando. 

A todos, incluyendo a nuestros enemigos.

Por todas las veces que nos hemos quedado caídos. Te pido perdón.

 

Octava estación: Jesús habla a las mujeres de Jerusalén. 

 

Las lágrimas por el sufriente son una oración que clama al cielo. Las mujeres que le acompañan sufren con Él, sufren por El. Dónde los demás ven una oportunidad para la burla, la venganza, el desprecio, la justicia, el castigo, la diferencia, el descarte, ellas ven a un hombre que sufre, a una madre que sufre, a una familia que sufre.

Y Dios escucha.

En medio de su padecimiento, se detiene, las mira y las consuela: “No lloren por mí: lloren más bien por ustedes y por sus hijos” y dice más adelante “Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco, ¿Qué harán?”

Hay dos aspectos de las palabras de Jesús que me conmueven, el primero es que ni aún en esa circunstancia se distingue de sus hermanos: “No lloren por mí…” Él es un sufriente más. Se ha encarnado como uno más, ha nacido como uno más, ha vivido como uno más y va a morir como uno más. 

Parece decir no me vean como alguien radicalmente diferente, sino como alguien fundamentalmente humano.  

No me miren a mí sin ver a los demás. No miren a los demás sin reconocerme. 

Lo segundo que me conmueve es la coherencia de su prédica:  “quien hace esto con el más pequeño lo hace conmigo” es el espejo de “quien hace esto conmigo lo va a hacer con el más pequeño también”. 

Cada vez que los poderosos han cuidado de los más débiles han permitido la libertad de todos; cada vez que se restringen las libertades se termina eliminando la vida de los más débiles: “Si hacen esto conmigo ¿Qué harán con ustedes?”

La paz exige el compromiso de los poderosos. 

No reina la ley en un estado que da normas sino en un estado que se somete a las normas. No reina la libertad en un estado en el que los poderosos no tienen restricciones, sino en dónde los débiles son respetados. 

Lo que le dijo Jesús a nuestras hermanas, camino a la muerte, nos lo dice a nosotros. No lloren por mí, si no lloran también por todos los hermanos más débiles que son sometidos al mismo escarnio y al mismo sufrimiento. 

Por todas las veces que he despreciado y descartado a alguno de mis hermanos más débiles. Te pido perdón.

 

Novena estación: Jesús cae por tercera vez.

 

Tercera vez. Sin fuerzas. Rostro en tierra ¡Cómo pesa la cruz! ¡Qué duro es el camino! 

Sísifo y Cristo se miran cara a cara ¿Otra vez debo levantarme? ¿Por tercera vez debo tomar la cruz y seguir ascendiendo hasta el cadalso?

Tres veces le negará Pedro. Tres veces cantará el gallo. Tres veces le preguntará si le ama. Tres veces elige nuevamente la Cruz.

Esta tercera elección habla de su libertad. “Beberé el cáliz hasta el final” 

La construcción de la Paz es un camino de renuncias, de caídas, de dolor. Cada hombre tiene su tiempo. Cada sociedad tiene sus tiempos. Cada cambio tiene sus tiempos. Frecuentemente los primeros que señalan la injusticia son condenados. Frecuentemente los primeros que señalan las incoherencias son apartados. Frecuentemente, muy frecuentemente.

El compromiso es seguir, luego de la primera, la segunda y también la tercer caída. Eligió este camino siendo Dios  todopoderoso y vuelve a elegirlo siendo el más débil de los humanos.

El es el camino, aún en las caídas.

Por todas las veces en que no me comprometí. Te pido perdón.

 

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.

 

Las vestiduras cubren nuestros defectos e imperfecciones al mismo tiempo que ocultan nuestras armas e intenciones. 

El hombre desnudo está expuesto no sólo a las inclemencias del tiempo sino también a la inclemencia de la verdad. 

El hombre desnudo no sólo está desarmado, sino también es blanco de la ira y de las burlas.

“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”

He aquí a Dios imagen y semejanza. Desnudo. Desarmado. Expuesto.

Se ha sometido a la violencia y a la injusticia de los políticos y los religiosos. Ahora se expone desnudo a la mirada del más pequeño e insignificante de sus congéneres.

¿Éste es Dios?

Si.

A venido al mundo desnudo y se irá de la misma manera. 

Su desnudez es parte del misterio de la Cruz.

¿Que ves cuándo me miras? ¿Qué haces cuándo me ves?

Así como el pecado puso en evidencia la desnudez de nuestros primeros padres. La desnudez de Dios pone en evidencia nuestro propio pecado. 

La construcción de la paz lleva a vestir al que está desnudo. 

No sólo debe uno vestir al que carece de ropas, también debe uno tener la dignidad de exponer su desnudez desarmada y vestir con clemencia los defectos del otro. 

Cristo está desnudo. No tiene nada que ocultar y nada que temer. 

Ahí está expuesto a tu mirada, cotidianamente, en cada hermano.

Por todas las veces que nos escandaliza tu desnudez. Te pido perdón.

 

Décimo primera estación: Jesús es clavado en la cruz.

 

La Cruz y el Crucificado.

Una cruz sin Cristo es masoquismo. Un Cristo sin cruz es falsedad.

¿Cómo se ha transformado un instrumento de muerte y tortura en un instrumento de paz y concordia?

Porque Cristo está en ella.

Es El quien transforma la Cruz en una etapa en el camino. La puerta que se cierra en fuente de luz. 

Esa es la redención. 

“Estaba el pueblo mirando: los magistrados hacían muecas diciendo “A otros salvó; que se salve a si mismo”

Cristo escucha y piensa: es exactamente al revés.

¿No te das cuenta que elegí voluntariamente unirme al madero para liberarte a ti?

Lo que dignifica la Cruz es que la elegí.

Lo que demuestra que soy Dios es que me quedo en ella por amor a ti. 

¿Crees que no tuve la tentación de bajarme de la Cruz? ¿Crees que no tuve la tentación de mostrar mi poder? ¿Crees que fue fácil ver el sufrimiento de mis hermanos y quedarme en la Cruz? ¿Por qué crees que me quedo en ella?

Para redimir a mis hermanos. No saben lo que hacen. No saben lo que dicen. 

La cruz tiene mil formas y mil rostros. La salvación y la paz comienzan por elegir la Cruz que nos toca. Cada uno tiene la suya.

Elegirla como altar para la ofrenda. Elegirla como parte del camino. Elegirla como puerto de salida. 

Por todos las veces en que he despreciado mi cruz. Te pido perdón.

 

Décimo segunda estación: Jesús muere en la cruz.

 

Cristo agoniza. Cristo espera.

El final de una vida destila la vida toda. 

Cristo ha vivido plenamente y muere plenamente.

Asume la Cruz. Ve la muchedumbre y pide al Padre que los perdone mientras ellos se sortean las vestiduras. Pide de beber. Deja su madre al cuidado de su discípulo. Consuela al colega de infortunio. Ora a su Padre. Encomienda su espíritu y dando un fuerte grito expira.

Hay dos aspectos de la agonía del Cristo que a mí me traspasan. 

Uno es la espera. Siempre espera. Aún en el límite. Aún en el borde. Espera. Es la Virgen que ora. Es el padre que sube a otear el camino por dónde vendrá el hijo. Es el cuidador de la higuera. Es el niño con cinco panes y dos peces. Es la mujer que toca el manto. Es Jairo implorando un milagro. Es El, hecho un INRI, que en la agonía del madero nos espera. 

El segundo aspecto es el grito. Muere, si, pero muere gritando. La vida no me la quitan sino que la entrego. 

El vino con un grito en Belén y se va con un grito en el Gólgota.

El nos pensó desde toda la eternidad y nos espera en todo momento al pie de la Cruz. 

Todo lo hizo bien. 

Que tu vida se la búsqueda de la justicia y la paz, pero que tu muerte no deje de gritar contra la injusticia y la violencia. 

Por todas las veces Señor en que me has esperado y he fallado. Te pido perdón.

 

Décimo tercera estación: Jesús es bajado de la cruz.

 

Todo se ha cumplido. 

El Sabbath ha comenzado, la comunidad está rezando a un Dios que no conoce y acaba de matar a Cristo, Dios,  a quien conocen. 

Hay dos puntos de reflexión que me gustaría compartir. 

El primero es ¿Cuántas veces habremos rezado a Dios luego de haberle matado? 

Qué fácil nos resulta comunicarnos con un dios fabricado en lugar de orar al Dios verdadero.

Cristo muerto interpela nuestro concepto de Dios. Repites las escrituras sin comprenderlas. 

Dios, muerto en el madero dice: llegará el día en que me adorarán en su corazón, en que me cuidarán en el más pequeño de sus hermanos, en el que me vestirán cuando esté desnudo, me alimentarán cuando tenga hambre, calmarán mi sed y me irán a ver cuando esté sólo, enfermo o encarcelado. Dios es infinitamente misericordioso, no deja de escuchar nuestras oraciones mientras busca que toda nuestra vida sea una oración de servicio a nuestros hermanos.

El segundo aspecto es el contraste en lo mal que trataron al vivo y lo bien que tratan al muerto. 

Al cadáver lo tratan con sumo respeto.

El está desnudo, su cadáver vestido.

El no tenía dónde reposar su cabeza, su cadáver tumba de rico.

El fue torturado, su cadáver cuidadosamente abrazado.

El estaba sucio a su cadáver intentarán lavarlo y perfumarlo.

El puso al hombre sobre el Sabbath, su cadáver respetará el Sábado.

Yo creo que este contraste está destinado a poner en evidencia una realidad y una misión. 

La realidad es que la paz exige ser respetuoso con el cadáver, las familias, la comunidad pueden hacer un duelo frente al cadáver. Desde esa perspectiva la desaparición de una persona es una afrenta insoluble para la paz.

Pero la misión es que si debemos ser respetuosos con el cadáver debemos ser mucho más respetuosos con los vivos. Cuántas veces criticamos, difamamos, cuestionamos, incordiamos, disputamos con personas vivas a las que ensalzamos, recordamos y honramos cuando están muertas ¿Y si lo hiciéramos en vida no sería mejor?

Por todas las veces en que he tratado mejor a mis hermanos muertos que cuándo estaban vivos. Te pido perdón.

 

Décimo cuarta estación: Jesús es sepultado

 

La primera lección de esta estación es que ahí comienza el duelo, cuando llevamos el cadáver a su última morada, sea una tumba o un cenizario luego de la cremación.

La conciencia de que la persona que ha fallecido ha ido al encuentro con el Padre. 

La tumba es un recordatorio. Un ámbito de encuentro entre el pasado y el futuro. No es el reino de la muerte sino de la memoria. 

Visitar nuestros muertos es revivir la historia. Nuestros recuerdos no tienen la fidelidad de la fotografía o las filmaciones sino la vitalidad de los relatos. Seleccionamos lo que recordamos, lo contextualizamos, lo contamos agregando o quitando detalles. 

Son también ámbitos de paz. La paz de los cementerios, se dice peyorativamente, contraponiendo la paz con quietud y silencio de muerte. La paz de los cementerios es, por el contrario, la paz de los vivos que honran a quienes les dieron vida, saberes o fortuna. Sin ellos no existiríamos.

Es uno de los primeros signos de humanidad honrar los muertos, cuidar los cadáveres, disponerlos de una manera especial en lugares específicos, forma parte de los primeros vestigios de humanidad en la noche de los tiempos.

También Cristo nos enseña a honrar nuestros hermanos en el cuidado de los muertos. 

La segunda lección que nos da es que nos está allí el que está vivo. La vida continúa más allá de la tumba. Continúa para los que sobreviven que deben regresar a la cotidianidad de sus quehaceres y continúa para el ser querido que se encontrará con el mismo Dios y conocerá los misterios que aquí vislumbraba.

San Juan Pablo II modificó el Vía Crucis tradicional basándolo en los relatos evangélicos, entre otras modificaciones agregaba una XV estación que es la resurrección de Cristo. Y me parece muy razonable. Porque así como la Cruz tiene sentido con el Crucificado la tumba es recordatorio de la resurrección. 

No busquemos a Cristo entre los muertos, porque El está vivo.  No sepultemos a Cristo en nuestros recuerdos sino que le permitamos germinar en nuestro corazón. 

Si queremos vivir en Paz, construir la Paz y convivir pacíficamente, debemos cambiar nuestro corazón: de ese corazón es donde nacen las guerras, el desarme de las naciones empieza con el desarme de cada uno en sus relaciones más próximas. 

Por todas las veces en que te dejamos en la tumba, a Ti, que estas vivo. Te pido perdón.

 

Que la paz reine en nuestras vidas.

 

Un gran abrazo

Ernesto Gil Deza

 

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