Nuestro Pastor nos ha regalado una encíclica maravillosa que es la Fratelli Tutti. En esta Cuaresma tan especial que nos regala el 2021, te recorramos el camino de la cruz, el vía crucis, en clave de fraternidad:
¿Cuántos hermanos son condenados frente a nuestra indiferencia? ¿Cuántos son condenados por nuestra indiferencia? ¿Cuántas veces nuestras ideas y prejuicios tienen preponderancia frente a la vida o la libertad de nuestros hermanos?
El Papa Francisco dice en el número 283 de la FT: “No al fanatismo, sino respeto a la sacralidad de la vida”. Sin embargo, el aborto, la eutanasia, la violencia, la indiferencia, el egoísmo, campea en nuestras ciudades y muchas veces en nuestras propias casas…
Por todos mis hermanos a quienes he condenado o me ha sido indiferente su condena. Te pido perdón.
Es nuestro hermano y en su rostro están las caras de todos nuestros hermanos a los que cargamos con cruces en nuestra vida cotidiana, ponemos pesos y pesares en las cruces de los demás. O simplemente no levantamos la propia… que la cargue otro. Y Cristo la carga.
¿Qué habrá pensado el Cristo frente a la Cruz? ¿Cuántas formas tiene la cruz? Para algunos es el madero, para otros el dinero, para otros la droga o la ideología, o las pasiones incontroladas o las traiciones controladas, la esclavitud, el escarnio, el oprobio, la explotación. Hay tantas formas de cruces, pero uno sólo el crucificado. Siempre Cristo.
El enfoca la vista en el madero, huele la resina y sus dedos tocan la talla tosca, quizá apurada del carpintero. Es su oficio. Reconoce la veta y la calidad, quizá hasta conoce al artesano. Se dice a si mismo: ésta es mi cruz. Bendita la semilla que fructificó en el árbol del que has nacido por mano del hombre. Podías haber sido puerta, mesa, silla o leño, pero te tocó ser Cruz. Luego lentamente levanta su mirada y busca nuestros ojos ¿dónde está tu cruz? Pregunta el Maestro.
Por todas las veces que he negado mi cruz o he puesto cruces a mis hermanos, te pido perdón.
Nuestro hermano vencido por la tortura, el peso del madero y la piedra del camino cae. El gentío por un segundo enmudece, sólo para tomar aire y volver a gritar. Recrudecen las burlas, los golpes y el desprecio. ¿Cuántas veces has gozado con la caída de un hermano? ¿Cuántas veces tu envidia se ha regocijado por la falla de otro? ¿Cuántas veces has pensado que la adversidad y la desventura de un hermano es un acto de justicia? ¿Cuántas veces has deseado que hasta el mismo Dios castigue a tu hermano? Y Cristo, rodilla en tierra, te mira. Yo soy tu hermano caído, dice su mirada.
Por todas las veces que he sido motivo de tropiezo para un hermano o me he regocijado en la desgracia ajena, te pido perdón.
Es el primer consuelo que recibe en este día que ha comenzado en la cena, ha seguido en el huerto, ha sido traicionado por el amigo, traicionado por la jerarquía religiosa, traicionado por el poder político, abandonado por sus discípulos, torturado por diversión, condenado injustamente en una votación amañada y cargado con su cruz para escarnio y escarmiento.
Nuestro hermano ha pasado en pocas horas de hombre libre a condenado y en menos de una semana de Rey a reo.
Todo pueden quitarte en un instante, menos a tu Madre. Dónde los otros ven un despojo humano ella ve a su Hijo. Es su mirada la que consuela, alivia, fortalece, cobija.
Es la mirada de madre la que puede pacificar el instante más torturante. Una espada le está atravesando el corazón y ella mira con amor al Hijo que sufre.
Tan valiosa es la mirada de María que todo un Dios se detuvo a recibirla.
Por todas las veces que olvidamos a nuestra madre y por todas las madres a cuyos hijos matamos, te pido perdón.
Los que tenían el “deber de ayudar” han desaparecido, se han esfumado, los hermanos se han ido. El extraño, el extranjero, el que no tenía ninguna obligación, ese es el que ayuda con la cruz. No son los títulos, ni las designaciones, ni siquiera la sangre, lo que marca la hermandad. Son los actos de proximidad, desinteresados y caritativos, los que construyen fraternidad. Muchos creen que basta con decirse cristianos para entrar en el reino, pero serán los que se comporten como hermanos los que lo hagan.
Por todas las veces que no me he comportado fraternalmente te pido perdón.
Una hermana. La bendición de un gesto de dignidad en medio de la barbarie. Dónde otros le escupido y golpeado, ella le ha limpiado. Un instante de paz en cacofonía del odio. Un gesto de humanidad en medio del pandemonio de dolor. ¿Cuántas veces hemos despreciado el rol de las mujeres? ¿Cuántas veces las hemos discriminado y ninguneado? Sin embargo, cuántas veces una esposa, una hermana, una enfermera, una maestra, una amiga, nos ha limpiado de nuestra suciedad y nuestras penas.
Por todas las veces que no he reconocido a una hermana te pido perdón.
Nuestro hermano ha llegado por segunda vez al límite.
La segunda vez que cae es la primera vez que se instala la duda.
¿Me levantaré? ¿Finalmente podré cumplir con mi destino? ¿Dónde están mis hermanos?
Cuántos hermanos nuestros caen en la desesperación la segunda vez: sigo sin conseguir trabajo; no puedo mantener mi familia; la enfermedad regresó; es la segunda vez que me engaña. En la segunda caída la realidad se impone a la esperanza.
Sin embargo, en lugar de ser más cuidadosos con el hermano caído y vulnerable, muchas veces procedemos con mayor dureza.
Por todas las veces que maltratamos a un hermano que ya ha caído sin considerar la angustia y el dolor que generamos, por todas las veces que le quitamos la esperanza a un hermano, te pido perdón.
Lo primero que hace al recuperar fuerzas y levantarse por segunda vez, es consolar a quienes sufren al verlo padecer. Por tercera vez son mujeres: su madre, la Verónica y ahora mujeres anónimas de la multitud. Ellas han permanecido fieles: son hermanas en el dolor. Ellas se conduelen. Sufren con su Señor.
Seguramente también han sufrido el desprecio y la violencia de los hombres, igual que Él. Han sufrido la injusticia y el escarnio socia, igual que Él. Son descartables, igual que Él.
Por eso El usa sus primeras últimas fuerzas para consolarlas.
Por todas las veces que he despreciado a los más débiles y descartado a alguno de mis hermanos, te pido perdón.
El martirio de la Cruz ha comenzado en la angustia del Huerto y ha seguido con la tortura en la madrugada, pero la agonía comienza en esta tercera caída. La muerte empieza a acercarse apresuradamente. Si la primera caída fue inesperada, si la segunda caída fue desesperante, la tercera caída es inevitable.
La muerte aparece, así como una tentación. ¿Y si ahora terminara todo? No, aún queda tarea por cumplir.
¿Cuántos hermanos nuestros son llevados a la tentación de la muerte por la indiferencia ante la tercera caída? Es irrecuperable. Es incurable. Es incorregible. Son los golpes de azada con los que sesgamos la vida y la esperanza de nuestros hermanos.
Por todas las veces en que nuestros actos u omisiones ponen a nuestros hermanos ante la tentación de la muerte como solución, te pido perdón.
La desnudez del hermano sufriente escandaliza.
Vestimos las situaciones dolorosas de la vida: “fue su elección”; “algo habrá hecho”. Escondemos la muerte, la enfermedad, la miseria, el dolor, el hambre. La “globalización de la indiferencia” como dice el Papa Francisco, se esconde detrás de la estética de las estadísticas, las publicaciones bellamente encuadernadas, los muros y los discursos vacíos.
Nuestro hermano está desnudo, torturado, hambriento, sediento, sufriente y débil. Así el Cristo se muestra ante nuestros ojos… ¿Y vos adónde mirás?
Por todas las veces que elegimos no verte en desnudez ni en la desnudez encarnada y descarnada de nuestros hermanos, te pido perdón.
La Cruz y el Crucificado se hacen Altar y Ofrenda.
Nuestro hermano nos ha dado su Palabra, nos ha convidado de su Pan, ha curado nuestras Heridas. Nosotros lo hemos traicionado, torturado y condenado.
El cadalso se eleva y El atrae todas las miradas.
Ahora la injusticia es evidente para todos y para colmo de males todos creen que está bien. Lo creen los Romanos que piensan que matan a un alborotador. Lo creen los judíos que creen que matan a un hereje. Lo creen los griegos que creen que matan a un demente.
¿Cuántas veces crucificamos a nuestros hermanos en categorías? Por su raza, religión, lengua, ideología o capacidades.
Esas cruces categoriales se elevan y son evidentes y hablan más de nuestras limitaciones y egoísmos que de aquellos a quienes encasillamos.
Por todas las veces en que he crucificado a mis hermanos, te pido perdón.
Tres horas agonizará nuestro hermano.
Tres horas nos esperará.
Tres horas mirará para tratar de encontrarnos.
¿Dónde estás?
¿Sigues escondido? ¿Sigues negándome? ¿Tratas de devolver las monedas de la traición? ¿Participas del sorteo de mis vestiduras? ¿Caminas indiferente frente a los que agonizamos o peor aún has transformado la muerte del inocente en un espectáculo de diversión?
Tres horas tienes para venir al pie de la Cruz.
Por todas las veces Señor en que no he sido capaz de mirarte en la Cruz de mis hermanos, te pido perdón.
Todo se ha cumplido. Nuestro hermano ha muerto. El cuerpo es ahora un cadáver. La sentencia se ha cumplido. El magistrado está cenando. El sacerdote está orando. El soldado regresa al cuartel. La tarde se hace noche y hasta la muerte cree que ha vencido. Comienza el Sabbat.
Sin embargo, ahí en ese momento en que tu madre te recibe, junto a la Magdalena y a Juan, de tu costado abierto y tu cuerpo tibio, en medio del dolor entrañable resuena tu palabra: “si el grano de trigo…”en ese instante la Iglesia se ha sembrado.
Por todas las veces en que no soy capaz de ver la esperanza en medio del dolor, te pido perdón.
El cuidado del cadáver es un signo del respeto por la vida de nuestros hermanos.
El cadáver es testigo del cuerpo que el creador que formó y animó. Es también testigo de las vivencias de la vida de la persona, cada arruga, cada cicatriz, cada detalle habla de la vida que vivimos.
Nuestro Señor es enterrado. Por fin encontró descanso aquel que no tenía lugar en el que reposar su cabeza. El que no conservaba nada para sí quiso quedarse con las cicatrices de su agonía.
Por todas las veces que les negamos a nuestros hermanos hasta la dignidad en la muerte, te pido perdón.
El camino de la Cruz es el camino de la entrega del que nace la gloria del resucitado.
Esta cuaresma es un buen momento para recorrerlo y aprender de Él: que es Camino, Verdad y Vida.
Un gran abrazo
Ernesto Gil Deza
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