Nuestro Pastor en el Angelus del 4° domingo de cuaresma nos invitó a leer el capítulo IX del Evangelio de San Juan: el encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento.

Es una lectura extraordinaria para este tiempo de cuaresma-cuarentena

¿Te imaginas una cuarentena peor que la del ciego de nacimiento? No ha percibido ninguna luz, su mundo no conoce los colores. 

¿Te imaginas cómo es el mundo de una persona que ha nacido ciega?

 

Es liso o rugoso; 

punzante o romo; 

cortante o sin filo; 

caliente o frío; 

ruidoso o silencioso; 

armonioso o disonante; 

ordenado o caótico; 

fluido o estático; 

ventilado o cerrado; quemante o helante; 

agudo u obtuso; 

recto o curvo; 

duro o blando; 

seco o húmedo; 

resbaladizo o firme; 

pesado o liviano:

chico o grande; 

abarcable o inabacarble;

amplio o estrecho;

dulce o salado;

líquido o sólido; 

agradable o desagradable;

oloroso o inodororo.

 

Es nuestro mundo y al mismo tiempo es otro mundo. 

Para un ciego la distancia más predecible está a un metro, el eco le avisa del límite o la proximidad, el abismo está a cincuenta centímetros, una saliente arquitectónica es un riesgo, jamás sabe cuál es el anteúltimo escalón; su mundo es un mundo sin luz, el día y la noche se distinguen por sonidos, olores, sabores y temperaturas. ¿Te imaginas esa cuarentena? 

Así estaba él cuando lo encontró El Señor.

Ahí empiezan las preguntas de los testigos, empezando por los discípulos: “Rabbí: ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” Cuantas veces nosotros formulamos la misma pregunta ante la adversidad, el dolor o la muerte. Esa visión de un Dios que castiga al género humano es la primera luz que aparece en el relato: “Ni él ni sus padres: es para que se manifiesten en él las obras de Dios”. 

El mundo no es perfecto, sus criaturas no son perfectas, ninguno de nosotros es perfecto: tenemos notables limitaciones, el que no ve, no escucha, no deambula, no razona, no tiene fuerzas, no tiene salud o perdió la juventud, no está siendo castigado, ni está purgando un pecado,  tiene una realidad limitada en la que puede manifestarse la obra de Dios.

 

Primera lección: no te quejes de lo que te falta, fíjate en qué podés manifestar la presencia de Dios: la alegría, la paciencia, el agradecimiento, la gentileza, la escucha, la serenidad, la valentía, el servicio, la oración, son todos actos que podemos llevar a cabo en medio de nuestras limitaciones y dolencias.

Luego el encuentro. Sin que el ciego le pidiera nada: “escupió en tierra, hizo barro con la saliva y untó con el barro los ojos del ciego”. 

Cada día de nuestra vida Dios sigue creándonos. Allí en el génesis, también de barro se construyó el cuerpo del ciego de nacimiento, desde el origen de todos los tiempos cada uno de los átomos de su cuerpo fue creado, convocado a nacer varios años antes del encuentro destinado a perfeccionar la obra creadora, a recrear la vida del ciego, nuevamente barro y ahora luz.

 

Segunda lección: nuestra vida está constantemente discurriendo y tanto la enfermedad como la sanación pueden estar a la vuelta de la esquina. Siempre son noticias las malas noticias y es por eso que las enfermedades tienen más prensa que la salud, pero sin darnos cuenta, sin percibirlo siquiera, nuestros años transcurren bajo el cuidado del Señor. Si fuéramos más agradecidos veríamos las maravillas que Dios hace cotidianamente en nuestra vida, sin que lo pidamos.

“Ve a lavarte en la piscina de Siloe”, es la misión que sigue al gesto. El ciego obedece y por primera vez su mundo se llena de luz. 

 

Tercer lección: es la misericordia de Dios es la que nos purifica, nos limpia, nos hace inmaculados en su presencia. 

El ciego vuelve cambiado y aparecen los segundos testigos: los vecinos. Los opinólogos ¿Es el mismo o es otro? El beneficiado dice “Soy yo”. 

Los hechos cambian la historia del mundo y de las personas. 

Lo que pensamos, sentimos y deseamos, es muy importante y valioso, pero si queremos que la realidad cambie debemos actuar. El ciego-vidente describe los gestos contundentemente: “Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: “Vete a Siloé y lávate” Yo fui me lavé y vi”.

 

Cuarta lección: la primera revelación de Cristo es que es una persona que hace el bien, plenifica la vida de los que le rodean, sirve a los que lo necesitan, libera a los que están cautivos, cura a los que están enfermos. 

Son nuestros gestos de servicio los que ponen de manifiesto nuestra Fe y el amor de Dios.

Luego, ante el hecho extraordinario vienen los expertos. No conocían al ciego, pero los vecinos alborotados lo llevan ante los Fariseos. 

Y empieza la división entre los expertos: si no lo hicimos nosotros en principio no es verdad. Si no es científico no es cierto. Si no es ortodoxo no es cierto. Si desafía nuestra comprensión o nuestras reglas, no es cierto. 

Esto lisa y llanamente se llama prejuicio, que sólo es la otra cara de la credulidad. Ambas son formas de juzgar antes de comprender: en la credulidad se cree antes de conocer y en el prejuicio se descree antes de conocer. 

Pero lo importante es conocer antes de juzgar. Darte el tiempo de conocer, de no comprender, de sorprenderte. 

 

Quinta lección: si quieres crecer en sabiduría tienes que comprender que la realidad es mucho mayor y más compleja que tu comprensión. 

Si el misterio del mal, el misterio del sufrimiento, el misterio de la muerte, minan tu Fe es porque no has comprendido los límites del conocimiento humano. Los misterios son eso. Insondables e inexplicables para nuestra comprensión.

Nuestra Fe no está destinada a explicar el misterio de Dios, porque si Dios fuera explicable no sería Dios. 

Nuestra Fe es la expresión de la dicha de haber conocido el amor de Dios. Es la Fe en una persona: Cristo y Él es la razón de nuestra Esperanza.

En el relato siguen los expertos, pero ahora aparecen los escépticos investigadores. Bajo la apariencia de búsqueda de la verdad, lo que buscan es una excusa para expulsar a los que no comparten su visión limitada de la realidad. 

Para ellos el ciego no es el mismo ciego de nacimiento, el milagro no ha ocurrido, es un farsante. Si ocurrió lo hizo un pecador violando el Sabbath y por tanto merece ser excluido. 

Puede que vea, pero dejó de pertenecer a nuestro grupo, a nuestra comunidad, a nuestro club, a nuestra iglesia. Elije: o sigues ciego a nuestro lado, o bien sigues viendo en otra parte.

¿Cuántas veces nosotros también en nuestra pequeña comunidad obramos de la misma manera? Si no lo hicimos nosotros está mal. Si no lo dijimos nosotros está equivocado. Si no se hace a nuestra manera no está bien hecho. 

Qué tranquilizadoras nos resultan las cosas que reafirman nuestros prejuicios y rutinas. 

Qué difícil nos resulta entender que creemos en un Dios vivo irreductible a nuestras fórmulas e inabarcable por nuestros pensamientos. 

Los padres testifican que el ciego es su hijo. 

El ciego dice siempre la verdad. 

Nada cambia. 

La suerte está echada, los custodios de la verdad y la justicia, están decididos, no puede ser cierto, no puede ser bueno, no puede ser la voluntad de Dios. 

“Eso es lo extraño: que vosostros no sepáis de dónde es y que me haya abierto los ojos”. ¿Cuándo te abrió los ojos? ¿Cuándo permitió que la luz impactara tu retina o cuando te permitió ver lo extraño que resulta ver lo que los expertos ignoran?

Hay un ciego que se torna vidente y videntes que están cegados. 

Fuera.

 

Sexta lección: no somos la luz, en el mejor de los casos, la reflejamos.

Y entonces sucede el segundo encuentro. Jesús va al encuentro de aquel a quien expulsaron por dar testimonio verdadero de lo que sucedió. “¿Crees en el Hijo del hombre?” Y se revela al ciego. “Creo Señor. Y se postró ante Él”. 

Es la antípoda de Tomás. 

El ciego no pudo ver, pero escuchó y sintió a quien lo curó. Ahora vé y le reconoce. 

El camino de la ceguera a la luz, es también el camino del que ignora, conoce a un hombre que hace el bien y reconoce en ese hombre al Hijo del hombre. Hay una revelación progresiva de la persona de Jesús. Del desconocimiento al acto de Fe, hay un puente tendido por Dios,  que el ciego atraviesa.

 

Séptima lección: siempre hay un pliegue, una veladura, una sorpresa que nos depara la persona de Jesús. En primer lugar nunca estaremos solos, porque cada vez que seamos expulsados por dar testimonio de la verdad Él vendrá a nuestro encuentro y en segundo lugar nos preguntará “¿Crees en el Hijo del Hombre?”

En la noche más oscura, en el dolor más intenso, en la soledad más profunda, en el momento en que estamos más ciegos y abatidos, la pregunta resuena y la frente se inclina.

Creo Señor.

 

Un abrazo a la majada

Ernesto Gil Deza

 

Foto de Eternal Happiness en Pexels